Y vio su cuello abierto, ¡revelando sus pechos blancos y suaves!
Las mejillas de Gabriela se arrebolaron al instante y se mordió el labio mientras le fulminaba con la mirada, "Tú, sinvergüenza."
La voz de Rodrigo era baja, ardiente, "Eres mi mujer."
Mientras hablaba, bajó la cabeza y sus labios se posaron en el pecho de ella.
Gabriela se estremeció y le empujó suavemente, "Para."
Rodrigo levantó la cabeza, el calor de sus ojos no disminuía, sino que se hacía más fuerte, su abrazo se hacía cada vez más fuerte, y su cara se acercaba cada vez más, sus respiraciones entrelazada.
Miró a Gabriela con ojos tan brillantes que parecían estrellas titilando en el cielo nocturno, "Te echo de menos."
Las mejillas de Gabriela estaban calientes, rojas y ardientes, y antes de que pudiera decir nada, unos labios cálidos ya las estaban cubriendo.
Entre los besos, su mano tanteó el dobladillo de la cintura de Gabriela, rozando suavemente la fina y tersa piel de su cintura.
Su voz era ronca y caliente mie