Gabriela miró su mano extendida, dudó un momento, pero aún así se acercó y puso su mano en la palma de él. Él cerró sus dedos, apretando suavemente y usando algo de fuerza en su brazo.
Ella, siguiendo el movimiento, se inclinó y se arrastró hacia su abrazo.
—Al llegar, ¿por qué no me avisaste antes? —Rodrigo acariciaba su cabello.
Gabriela se mimetizó en su abrazo: —Si te hubiera avisado antes, seguro que no me dejarías venir.
Rodrigo suspiró: —Solo es que, no quería que me vieras en este estado.
—Tú eres mi esposo,— Gabriela levantó la vista hacia él: —no importa cómo estés, yo siempre te querré.
Dicho esto, se inclinó hacia adelante y lo besó en los labios.
El cuerpo de Rodrigo se tensó por un momento.
Él habló con la voz ronca: —Huelo a medicina.
Gabriela levantó la vista hacia él.
¿Él estaba disgustado por oler a medicina?
Claramente era porque, al no poder ver, no podía tomar la iniciativa, lo que lo hacía sentir desequilibrado.
Un hombre acostumbrado a la arrogancia.
Ella sonrió: