Estaba tan dolida, sentía mi corazón hecho añicos, me encontraba desalentada y humillada, vencida por mi propio orgullo, que esa noche me la pasé llorando y escribiendo poemas para el poemario que me había pedido Antonella, sumida en el llanto, gimoteando como una adolescente. Ella me había seguido insistiendo en que complete las 200 poesías y que estaba muy entusiasmada con mi trabajo. Yo tenía algunos garabatos en un cuaderno y con los que me fui inspirado por la decepción, fui completando lo que ella me pedía para el libro.
-Ya tengo casi todos los poemas listos, me faltaban unos cuantos-, le escribí a su móvil.
-Mándame uno, me muero de ganas de leerlos-, estaba ella muy entusiasmada.
Elegí al azar, "Tuya", que en realidad era un canto a Marcus, una confesión de lo que sentía, a ese dolor que tenía clavada como una daga abriéndome el busto.
-Soy solo tuya,
la sombra
que te acompaña
y el viento que sutil te acaricia.
Eres el dueño
de mis labios
y de los latido