Los murmullos no se tardaron en aparecer.
La historia se estaba repitiendo y al igual que la primera vez, ese infeliz desagradecido estaba saliéndose con la suya. Podía sentir cómo se burlaban de ellos, cientos de ojos los juzgaban y empezaban a considerarlos débiles. No podía permitir que alguien se atreviera a verlos de esa manera, ellos estaban en la cima, así había sido por mucho tiempo y no cambiaría.
La rubia sintió la rabia corroer cada parte de su cuerpo y era cómo el mismo fuego que estaba ardiendo en aquella cama de flores.
¡Se burlaban de ellos!
¡Podías ver las muecas que estaban a nada de ser sonrisas retorcidas!
¡Los escuchaba a todos!
¡Estaban ahí para ponerse en su contra!
Querían derrocarlos…
Deshacerse de ellos…
Matarlos…
¡Sí!
¡Eso debía hacer!
¡Matarlos a todos esos bastardos!
―¡¿Cómo te atreves, miserable?! ―rugió la mujer desde el otro extremo. Sus ojos parecían arder con llamas verdes―. ¡Vienes a nuestro reino y te atreves a amenazarnos! ¡A nosotros! ¡Somos la Gra