11. La Trampa
La noche había caído con un peso sofocante sobre la ciudad, y la lujosa casa en las afueras permanecía sumida en un silencio casi clínico, como si incluso las paredes contuvieran la respiración. Era una propiedad imponente, de líneas modernas y ventanales altos, pero aquella noche parecía una jaula de cristal a punto de estallar.
Dentro, las luces estaban atenuadas, lo suficiente para dejar ver el brillo del mármol y el eco lejano de una tormenta que amenazaba con descargar su furia. Dahia, Dael y Lourdes se habían retirado a sus habitaciones, pero ninguno de los tres pudo conciliar el sueño. El plan que habían trazado horas antes continuaba repitiéndose en sus mentes, tan claro como una orden imposible de ignorar.
Dahia yacía sobre su cama, mirando al techo con rabia contenida. Dael daba vueltas sin descanso, consciente de que su vida y su reputación dependían del éxito de ese plan. Lourdes, en cambio, no dormía porque no lo necesitaba: su mente afilada era como un motor que nunca se