Perla
Sigo al lado de Lidia, quien me mira.
—No les hagas caso. Siempre son así con las chicas nuevas. Ellos saben que está prohibido cualquier relación amorosa —informa—. O insulto.
Las dos salimos de la casa y nos dirigimos a la villa.
—Trabajé en un bar, como mesera y barman. Creerme qué allí los «halagos» eran peores, Lidia.
—Entiendo, ¿qué edad tienes?
—24.
—¡Ah, qué joven! Yo voy a cumplir 30, ¿el señor Greco te ha dado día libre? —me observa.
—No…
—Qué extraño. Puedes preguntarle a la señora Elisa —refiere.
Nos detenemos frente a la puerta de la despensa y ella al abrir, entra.
—Adelante.
Sigo detrás y enseguida llegamos a la pequeña mesa del comedor, en donde están todas las mujeres de la cocina.
—Buenos días, señoritas —saluda Lidia, quien se sienta en una de las sillas libres—. Les presento a Perla, nuestra nueva compañera.
Todas me miran y me saludan con sonrisas amables. Yo, sin perder el tiempo, también me siento y miro la mesa repleta de comida de todo tipo y