— Señor Celemín, ya he reservado el mejor salón VVIP de nuestro Palacio Dorado. Señor Celemín, señorita Celemín, por aquí por favor.
El dueño del restaurante guió atentamente a Héctor y Luciana hacia el salón privado.
Luciana estaba nerviosa, emocionada y un poco asustada.
— Papá, ¿ha llegado mi madre?
Héctor, sin mostrar expresión alguna, respondió:
— Entremos y lo sabremos.
— Señor Celemín, señorita Celemín, hemos llegado al salón VVIP. Adelante, por favor.
El dueño del restaurante abrió la puerta del salón VVIP. Luciana entró.
— ¡Mamá!
El salón estaba vacío. Nadia aún no había llegado.
— Todavía falta un rato para la hora acordada —dijo Héctor—. Luciana, siéntate y espera.
Luciana asintió.
— Bien.
En ese momento sonó una melodiosa melodía de teléfono. Era una llamada para Héctor.
— Luciana, saldré a atender esta llamada.
— De acuerdo.
Héctor salió a contestar el teléfono. Luciana seguía arreglando su vestido largo. Poco después se levantó y fue al baño para comprobar si su lápiz lab