Mateo se alzaba imponente frente a Valentina, apretándola contra la pared, bloqueándole el paso con su pecho mientras sonreía con frialdad: —¿Lo hiciste a propósito, verdad?
—No sé de qué hablas —intentó empujarlo.
—¡No te hagas la mosquita muerta! —los ojos de Mateo brillaban con furia—. ¡Me usaste como peón para que pelearan!
¡Lo había descubierto!
Se dio cuenta de que lo había usado como una pieza en su juego para enfrentar a Luciana y Dana.
Ella había sido capaz de ofrecerlo, sin pestañear, para un beso de tres minutos con otra mujer.
Así que, dejó de fingir y lo miró directamente. —Señor Figueroa, Dana está enamorada de usted.
—Su amor es problema suyo, ¿qué tengo que ver en eso? —Tantas mujeres lo amaban, ¿acaso debía hacerse responsable de cada una?
Valentina suspiró.
Era claro que no sentía nada por Dana. Luciana seguía siendo la única dueña de su afecto.
—Señor Figueroa, ¿por qué está tan molesto? Que ellas se peleen por usted solo demuestra su encanto. ¡Suélteme!
Mateo no se