Valentina fue arrastrada fuera del restaurante por Mateo, quien caminaba con pasos largos, obligándola a seguirlo tropezando.
Valentina frunció el ceño: — Mateo, ¡suéltame!
Mateo abrió la puerta de su lujoso auto y la metió en el asiento del copiloto, para luego subirse al asiento del conductor.
El Rolls-Royce aceleró por la carretera. Valentina, ceñuda, preguntó: — Señor Figueroa, ¿tan rápido terminaste de cenar? ¿Acaso la belleza del vestido rojo no logró retenerte con su baile?
Que Mateo apareciera de repente en el bar fue algo que Valentina no esperaba, pues un segundo antes lo había visto observando a la bailarina.
La mano de Mateo, adornada con un costoso reloj, descansaba sobre el volante. Las luces de neón de la ciudad se reflejaban en su rostro elegante, haciéndolo lucir atractivo y distinguido: — ¿Me viste?
Valentina asintió: — Claro que sí. Vi cómo el señor Figueroa atrae admiradoras dondequiera que va. Parece que otra mujer ha caído rendida a tus pies.
Mateo esbozó una medi