El rostro aristocrático de Mateo no reveló ninguna emoción. Con voz indiferente, respondió: —Todavía no.
Catalina insistió: —Señor Figueroa, hay que darse prisa con este asunto. La condición de Luciana no puede esperar más.
Ángel añadió: —Es cierto, señor Figueroa. Esta vez pudieron reanimar a Luciana cuando se desmayó, pero ¿qué pasará si la próxima vez no pueden salvar a mi hija?
Mateo respondió: —Lo tengo presente.
En ese momento, sonó la melodiosa tonada de un teléfono.
Mateo sacó su móvil: —Voy a atender esta llamada.
Mateo salió de la habitación.
Luciana observó pensativa la figura de Mateo alejándose.
Entonces Fernando entró: —Señorita Méndez, ya he completado los trámites para su ingreso. Puede quedarse tranquila.
Fernando se disponía a marcharse.
Pero Luciana lo detuvo: —Fernando, espere un momento.
Fernando se detuvo y respondió cortésmente: —Señorita Méndez, ¿necesita algo más?
Luciana dijo: —Fernando, ya estoy al tanto de lo ocurrido. Mateo me lo ha contado todo.
Fernando s