—¡Basta, no sigas! —Lo interrumpió. No quería escuchar más.
Ni una palabra más.
Mateo sonrió con frialdad. Quería que ella escuchara. Quería que recordara que todo esto era su culpa, porque lo había rechazado.
¡Claro que lo había rechazado, y ahora se lo daba a su compañera!
Mateo la soltó bruscamente y le dijo:
—Bien, divorcio entonces. Mañana mismo lo haremos. Si no fuera por mi abuela, hace tiempo te habría quitado el título de ser mi esposa. ¡Hay muchas otras mujeres haciendo fila!
El corazón de Valentina dolía. Encogió sus dedos y, con los ojos enrojecidos, respondió:
—Entonces, nos vemos mañana a las nueve en la entrada del ayuntamiento.
Dicho esto, ella se marchó sin mirar atrás.
Mateo la observó alejándose, con expresión severa. Que así sea, le daría el divorcio.
De todos modos, ya había querido distanciarse de ella y dar todo por terminado.
Este matrimonio debió haber terminado hace tiempo.
En ese momento, sonó su teléfono. Era Fernando.
—Presidente, hoy la señorita Balcázar s