Valentina se sobresaltó y forcejeó. —¡Mateo, no!
Él la sostuvo, arrastrándola de vuelta al sofá, y luego se inclinó para besarla.
Ella siguió forcejeando mientras Mateo, incapaz de soportar tal provocación, accidentalmente derribó un jarrón, esparciendo periódicos y revistas por el suelo.
Pronto ella dejó de moverse, pues se había golpeado la frente contra el respaldo del sofá y las lágrimas asomaban por sus ojos.
El hombre sobre ella se paralizó, sus ojos negros llenos de sorpresa. —¿Todavía eres... virgen?
Él había pensado que ella no lo era.
Nunca se atrevió a pensar que fuera a ser su primera vez.
Valentina se incorporó y le mordió con fuerza el hombro.
Lo mordió tan fuerte que casi le arranca un pedazo de carne.
La mandíbula de Mateo se tensó, sus músculos se marcaron, y no pudo contener un gemido de dolor.
Ella casi lo mata con esa mordida.
Mateo le sujetó el rostro, obligándola a soltarlo.
Usó su mano izquierda, y Valentina vio la larga cicatriz en la palma, marca de cuando la h