Su ausencia había terminado beneficiando a Dana.
Después de firmar autógrafos, Dana se acercó a ella de buen humor:
—Valentina, oí que te secuestraron. ¿Por qué siempre estás causando problemas? ¡Avergüenzas a los Méndez!
Cuando le pasaban cosas así, los Méndez solo tenían reproches y culpas para ella, nadie se preocupaba por su bienestar.
Ya acostumbrada, ni siquiera se enojó. Pestañeando con picardía, elogió a su prima:
—No importa si avergüenzo a los Méndez, al fin y al cabo, contigo es suficiente.
Estas palabras llegaron al corazón de Dana, quien sonrió con arrogancia:
—¿También oíste que mi artículo académico fue seleccionado por el Museo Médico y mañana lo exhibirán en su vitrina? La familia está conmocionada. Mañana la abuela y mis padres irán al museo a presenciar mi momento.
Marcela, su abuela, se había movilizado; Dana era su nieta más preciada. No solo era orgullo de la Universidad Nacional, también era el de los Méndez. Por eso mañana llevaría a toda la familia al museo par