Pero la imagen del delicado rostro de Valentina apareció en la mente de Mateo; hace poco acababa de besarla, recordaba que sus labios eran suaves y fragantes.
Cuando Luciana intentó besarlo, Mateo giró la cabeza para evitarlo. —¿Por qué te apartas? —protestó ella con coquetería.
No entendía qué le pasaba. Le gustaba Luciana, debería querer besarla. No le gustaba Valentina, pero acababa de besarla y aún podía sentir ese hormigueo. Siendo un hombre meticuloso con la higiene, no podía pasar de una mujer a otra así sin más. Le resultaba físicamente incómodo, casi sucio.
En ese momento, unos golpes en la puerta interrumpieron sus pensamientos. La voz de Fernando sonó desde fuera: —Presidente, llegó el antídoto.
¿Antídoto? Luciana se sorprendió, ella se había drogado, ¿y él había mandado buscar un antídoto?
Mateo apartó sus manos de ella y se levantó. Luciana, furiosa, le arrojó una almohada a la cara: —¡Mateo!, ¿acaso no eres un hombre?—Se había entregado a él, incluso se había drogado