Amanece y siento que me pasó un m*ldito tren por encima.
Cada parte de mi cuerpo duele, palpita, arde… especialmente entre las piernas. La espalda me punza, mis caderas están adoloridas y ni hablar de mi cuello. Me muevo con lentitud, gimiendo en silencio como una anciana de ochenta años tras correr una maratón, —no sé si una anciana pueda correr una maratón— pero así me siento y aún con los ojos entrecerrados, sé exactamente por qué me siento así.
Es por Cassian.
La noche anterior fue un torbellino. De jadeos, de gemidos contenidos, de su cuerpo dominando el mío una y otra vez. Fue rudo, sin frenos, tuvimos una especie de m*ldita guerra de piel y deseo. Me regaló placer… y ahora me deja un cuerpo que no reconozco. A duras penas logro ponerme de pie.
Entro al baño arrastrando los pies, me sostengo del lavamanos y me miro en el espejo. La marca en mi cuello es amoratada, redonda… y claramente de su boca. Me inclino un poco y… ahí están sus dedos impresos en mi piel, como si me hubie