Alejandro solía quedarse esperando ansioso en la puerta de mi casa, desaliñado y miserable, tal cual -perro callejero.
Pero ya no soy la María de hace cinco años.
No voy a caer dos veces con el mismo hombre.
Un día, Alejandro me entregó una caja de regalo elegante, y adentro había un hermoso vestido de novia.
—María, pruébatelo a ver si te queda bien. ¿Por qué no nos volvemos a casar?
Esto me pareció ridículo. Saqué unas tijeras y, frente a él, destrocé el vestido de novia en varios pedazos.
Ahora que estoy muerta por dentro, él aún quiere casarse de nuevo y organizar una boda.
Al día siguiente, Alejandro volvió a buscarme. Llevaba un anillo, un ramo de flores, y se arrodilló con humildad en la puerta. Estuvo allí un día y una noche, repitiendo sin cesar que sabía que había cometido un error y que le diera otra oportunidad.
Sonrió con amargura: —María, ahora me doy cuenta de todo lo que perdí.
—Antes, era mi terrible orgullo, toda mi sensibilidad y mis inseguridades l