Al rato, Faustino ya le había acomodado siete costillas a Daniela. Se limpió la sangre de la frente, tomó el encaje negro que había tirado a un lado y se lo puso suavemente a Daniela.
Daniela, con sus manitas ilesas, experimentó que otro hombre le ayudara a vestirse… y Faustino era bastante hábil para eso…
Daniela miró a Faustino, con unos brillitos en los ojos. La adversidad une, ¿no? Le había hecho eso a Faustino, y él la había salvado… ¡no lo podía creer!
—Faustino, yo…
Pero Faustino no pensó mucho. Se mordió fuerte el dedo, sacó un poco de sangre y se la metió en la boquita a Daniela.
Daniela se quedó helada, sin entender. ¿Sería alguna cosa rara de Faustino? Pero él dijo:
—No hables, toma mi sangre, no preguntes por qué.
Faustino la levantó del suelo, le daba de beber su sangre con una mano, mientras que con la otra le pasaba una energía plateada a Daniela. Esa energía, como si fueran culebras, corría por las venas de Daniela, llegando a sus órganos. Esa fuerza enorme y misteriosa