El Lobo Sombrio y La Bruja Inmortal
El Lobo Sombrio y La Bruja Inmortal
Por: Melissa. G. Arrow
«Capítulo Primero»

«Capítulo Primero»

Hubo una reina, que caminó por sus jardines en el helado invierno. El frío no le suponía un problema porque ella dejó de ser humana hace mucho tiempo. Sus largos cabellos negros como alas de cuevo, se deslizan entre los rosales de vida eterna. Desafiaban la naturaleza al erguirse a sus lados como un manto rojizo, se alimentaban de su sangre, al aruñar su piel blanca mientras se abría paso, con una voz profunda y seductora; una seda que llegaba a mis oidos desde sus labios rojos.

—Anna...— mi nombre. Sus dedos se posaron sobre mis hombros, muy lento las largas uñas de mi madre me hicieron girar y acarició mi cabello con sumo cuidado. Su sonrisa melancólica me lo dijo todo. —Mi niña—. Sus ojos azules, idénticos a los míos tenían un lustre de tristeza mientras se rendía a mis pies. —La más hermosa—. Esas palabras significaban su total entrega a mí. —Debes vengarnos— susurró en un lamento mientras la sangre teñía la nieve en un oscuro charco que me llegaba hasta la punta de mis zapatos. Traté de arreglarla, intenté poner mi mano sobre sus heridas y sonrió. —Eres la última, Bathory...

—Madre, no hables. ¡Voy a curarte! — Saque mi daga para usar mi propia sangre, mi propio poder en ella.

Me agarró la mano.

—No—. Me acarició la mejilla. —Escuchame. Nunca debes darles el secreto de nuestra inmortalidad—. Sus ojos perdían la vida, se esfumaba ante mi y ella con mi mano sostuvo el cuchillo afilado, lo llevó a su pecho. —Mátame— dijo con su otra voz, la infernal. —Debes dejar que entre la bestia. Entonces, la inmortalidad será tuya.

—Pero... yo solo quiero que vivas, madre ¡No lo haré!— estaba clavando la punta afilada en su carne cuando sentí a su demonio pasar por la daga. El rubí brillo ante mis ojos, era el poder oscuro el que clamaba mi permiso para entrar.

—Te ha elegido— dijo con su aliento extinguiéndose— No confíes en nadie— No le quedaba casi tiempo y sentía el poder, susurraba que debía clavar el puñal en su corazón —Tienes la obligación de ser la más fuerte...

Me soltó la mano y entró por completo en su pecho. Sentí como fluía un poder inmenso entre mis dedos, el frío no me lastimaba, la naturaleza obedecía y mi propia sombra era una extensión de mi cuerpo.

Ella se hizo vieja en un instante, su piel se arrugó como una pasa en cuestión de segundos mientras yo con tan solo diez años sentía una juventud rebosante en mi interior. Tragué saliva al escuchar a los asesinos de mi madre aproximarse.

Las fauces del lobo se abrieron ante mí y yo lo mire tan fijo como era posible. No era un hombre, no era una bestia. Mis ancestros desde siempre habían luchado contra ellos en guerras interminables.

Los soldados de humo se abrieron paso a mis espaldas, a su nueva reina. Las sombras me pertenecen ahora y mis ojos se inyectaron en sangre espesa mientras me acercaba al lobo—Te mataré.

Mis movimientos eran torpes, no era tan fuerte como mi madre porque no tenía entrenamiento. Aun así, me subestimó al ver que solo era una niña, le partí el cuello en un abrazo —Saluda al diablo de mi parte—. Le susurré al ver como se le esfumaba la vida por los ojos. Su hueso lumbar se rompió en un crujido.

Aullidos profundos me alertaron. Los otros lobos estaban furiosos por como mate a su amigo y eso no era suficiente. Mi dolor era escandaloso. Intentaban morder mi cuerpo, pero no eran tan fuertes como yo. No ahora, mi demonio palpitaba y reclamaba sangre.

Algunos chillidos lastimeros salían de sus hocicos cuando se los cortaba. Una mordida me dio en el brazo y otras en mis costados. Solté un grito de dolor porque era derrotada. Matarme de último. ¡Qué sádicos!

—Eres una niña muy malcriada. Has matado a algunos de mis perros—. Tan alto que se me hizo difícil ver su rostro, su cabello blanco brillaba bajo la luna con un aura de fuerza y dominancia, contener el aliento se me dificulta. Aun así, no sentí temor de mirar su rostro, la cara del asesino de mi madre. —No es de extrañar que seas así. Ella era una psicópata—. Levantaron el cuerpo de mi progenitora para llevárselo en un camastro. — De tal palo, tal astilla.

—Ella no era una psicópata. — Las cosas horribles que hablaban de ella eran una mentira absurda, jamás fue malvada conmigo. No era del todo un ángel, pero no había nadie que lo fuese. Que no tuviera ni un pecado.

—Supongo que fue una buena madre—Sus hombres me tomaron de los brazos y mi fuerza los hacía aplicar toda la suya sobre mi.

He escuchado cosas horrendas de ella. A lo largo de los años no borró su muerte. Entre otras obscenidades que hacían con su cuerpo cuando era llevada al reino de los hombres lobo. Todas las guarde en mi interior con un odio profundo.

¡La sangrienta condesa! La bruja de los Bathory y esas cosas... solo puedo reírme de sus palabras.

El rey quería que usara nuestro conocimiento para revivir a su esposa y curar a su hijo de un estado vegetativo permanente, ni mi ancestro pudo hacerlo en su momento con su esposa. Quería usarme y yo no lo permitiría. Era pequeña, pero mi orgullo nunca me dejaría ayudarlo después de lo que había hecho con mi familia. Nos cazó a cada uno hasta que yo fuese la única sobreviviente.

Cuando me rehuse a decirle la forma de curar la enfermedad de su hijo o practicar la necromancia, me golpearon con varas de madera maciza hasta que no fui capaz de levantarme. —¿Vas a ayudarnos pequeña? —Se posó en una pierna para mirar mi rostro desdeñoso.

—No—. Me arrastraron como de costumbre al sótano, como siempre encadenaban mi cuerpo y me dejaban en la oscuridad chillando.

Las ratas me mordían las extremidades a veces y yo les tiraba la comida asquerosa que me traían para que no me molestaran.

Intente suicidarme después de un tiempo al usar una de las cadenas para anudarla bien en mi cuello y partirlo. Funcionó un rato, pero después como si se tratara de un ave fénix. Revivía con los huesos de mi cuello acomodándose.

En cuestión de un tiempo me volví un animal de feria. Me sacaba el rey para mostrarle a todos el maravilloso especimen que era. Me cortaban la carne, me clavaban espadas por la boca hasta atravesar mi estómago y lo soporte porque sabía que en algún momento, en una mínima oportunidad haría que mi captor sufriera este dolor y más. Uno eterno.

Vi en una oportunidad al príncipe que dormía en un altar de rosas como las que alguna vez adornaban la capa de mi difunta madre, con los ojos cerrados, inerte. Era un muchacho de unos trece años, tal vez. Su piel era pálida, sus cabellos blancos como los de su padre y me pregunté si debía ayudarlo. No era culpable de los pecados de su padre.

Podría anclar su vida a la mía. Conocía las palabras...

Sería el único acto de buena fé que haría por alguien. Aun así, esperaba que él fuese un mejor rey que su propio padre o que su hermano mayor que era quien me clavaba hierros ardientes en la piel para mostrarle a sus amigos que yo era un fenómeno antinatural.

Susurré mis oraciones oscuras muy lento. En un antiguo latin que eran murmullos inaudibles para quienes estaban al otro lado celebrando un festín de carne. Por supuesto, nada es gratis.

Cualquier daño que yo sufriera, lo tendría él también.

Era justo. Supongo.

Ahora solo faltaba el final y era darle un poco de mi sangre. Corrí en un segundo para lanzarme sobre su cuerpo inerte. Me abalancé sobre él, en su rostro que era precioso, blanco como una luna, de piel suave, tan inmaculado en una inocencia perfecta. Ya estaban de camino a por mí los guardias del rey. Mordí mis labios y le di un suave beso.

Una gota sería suficiente para que despertara el bello durmiente.

Me tomaron del cabello y me arrastraron como un animal —¡¿Tratabas de matar al príncipe?! ¡Serpiente! —Ya estaba acostumbrada a sus insultos, a ser tratada así.

Y jamás lloré.

Mantenía mi rostro triunfante frente al rey, sus manos se apoyaron sobre mi espada —Padre. Intentó hacerle daño al príncipe, Velkan —. Quería torturarme como siempre. Le concedo que se veía un poco sospechoso aquella acción mía.

El rey pensó que sería divertido hervir mi cuerpo una vez más o hacer que los lobos me arrancaran cada extremidad, una y otra vez. De todas formas, mi cuerpo siempre se unía de nuevo.

Se levantó de su asiento y señaló a la distancia. Un pequeño chico se apoyó sobre sus codos y miró el pétalo de una rosa consternado.

—Está... vivo— una mujer de la nobleza abrió sus ojos sin creerlo. Todas las habladurías, los murmullos y risas como burlas a mi persona se aquietaron.

El aullido de los subordinados de su majestad fue el sonido de la alegría más grande en todo su reino. Bajo de su trono encaminado a su hijo que analizaba un poco la situación. —¡Mi hijo! ¡Ha despertado! — soltó con sollozos en sus ojos.

El príncipe heredero me agarró del brazo —¿Cómo lo has hecho, bruja? —Me dio una patada para que cayera en el suelo y me aplastaba la espalda con su amplia bota.

Un grito de dolor se escuchó de la garganta de Velkan cuando su hermano me insertaba el acero de su espada en un costado —¡Padre! ¿Qué sucede? —La sangre le cubría la camisa blanca y su padre, asustado buscó la causa. Cuando vio que era el mismo lugar donde me clavaba el puñal —¡Duele!

El rey detuvo a su hijo y me levantó con sus manos de la ropa andrajosa —¿Qué hiciste?

Sonreí como siempre, con una escalofriante mirada —He salvado a tu hijo— le dije suave— pero he unido su vida a la mía. Si me lastimas, él también sufrirá las mismas heridas.

No le importó que fuese así mientras viera con vida a su amado pequeño.

Las celebraciones en el palacio no terminaron sino hasta un mes después, cuando el muchacho ya estaba recuperado por completo. Parecía arte de magia. No se me dió la libertad, pero tampoco me metieron en la mazmorra de piedra donde no entraba la luz.

Me llevaron a una torre que estaba en el costado del ala este del castillo, un área que ya no era usada.

Para que nunca nadie pudiera lastimar al niño, nadie me usara como un arma y desde allí sentí mi corazón palpitar junto a otro en la distancia. Uno que aguardaba bajo mi vista a veces, cuando salía a jugar con espadas y caballitos de palo.

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