—¿Qué es lo que has hecho hijo?
—Lo siento papá, no pude evitarlo.
—Jamás te debí aceptar aquella noche —reclamó el viejo hombre con rostro sudoroso y tétrico.
—Lo lamento, no fue mi culpa —sollozó Arturo.
De pronto, el rostro conocido de su viejo padre, fue remplazado por el de otro sujeto: con cabellera castaña, ojos claros como el agua y rostro que inspiraba un carácter fuerte.
—Despierta Arturo —le dijo desde la lejanía. Él no comprendía nada, la incógnita sobre quien era ese hombre y lo que significaban sus palabras, pintó su rostro.
—¡Despierta Arturo! —le gritó está vez, apareciéndose bruscamente frente a él, sacudiéndolo con fuerza.
Arturo se despertó sobresaltado y aturdido, mirando a su alrededor, preguntándo