La noche era silenciosa como el vacío. El auto se deslizó lentamente hacia la villa de la finca, y los tres niños bajaron alborotando. Después de jugar y hacer travesuras por un buen rato, los pequeños se durmieron en cuanto tocaron la almohada.
Álvaro regresó al dormitorio principal y encontró a su esposa en el vestidor. Ella estaba a punto de cambiarse la ropa por algo más cómodo para estar en casa, cuando el hombre la detuvo suavemente:
—Espera, déjame verte un poco más.
La rodeó por la cintura, con voz grave y tierna:
—Aún no he tenido la oportunidad de admirarte bien.
Susana se sonrojó levemente por las palabras románticas de su esposo.
Álvaro la alzó y la colocó sobre el tocador dorado, inclinándose para besarla. Comenzó por la barbilla, besando cada rincón hasta llegar a las mejillas y después a sus labios rojos.
Ella tembló y susurró:
—Álvaro.
El hombre respondió pausadamente, besando la suave piel detrás de su oreja, con la pasión desbordándose.
Ya que eran verdaderamente espo