Damián entró en la habitación. Se sentó junto a la cama, extendió la mano para acariciar los rostros de sus dos hijos y dijo en voz baja: —Mateo necesita a alguien que lo cuide, por eso pensé en volver a casarme.
Lina, con lágrimas en los ojos, quiso hablar pero se contuvo.
No entendía por qué Damián se reprimía tanto, por qué no le contaba a Aitana lo ocurrido años atrás, ni sobre su brazo destrozado, ni sobre la enfermedad de Mateo. Si lo explicara, al menos podrían estar juntos como familia y Mateo no necesitaría una madrastra.
Bajo la tenue luz amarillenta, el rostro de Damián mostraba suavidad. No quería que Aitana sufriera.
Ella había sufrido toda una vida, y él había prometido devolverle su libertad.
Lina quiso intervenir de nuevo, pero Fernando la detuvo, suspirando: —Los asuntos de los jóvenes, que los decidan ellos mismos.
La pareja se retiró discretamente.
La noche estaba en calma, dejando solo a los antiguos amantes y a sus dos adorables hijos.
Aitana fue al baño para humed