En la noche profunda, en la mansión de los Delgado.
La luz de la luna atravesaba las cortinas de gasa blanca, derramándose sobre la cama de marfil, como si vistiera el cuerpo de la mujer con un manto de cristal lunar.
Aitana dormía tranquilamente.
Una figura esbelta entró siguiendo el sendero de luz lunar, caminando silenciosamente hasta la cama y agachándose con suavidad.
Aitana, incapaz de oír, no percibió nada.
Damián se arrodilló frente a ella, escuchando su respiración suave, observando su rostro ligeramente pálido. Después de reprimirse por mucho tiempo, finalmente levantó la mano para acariciar suavemente su frágil rostro—
Si pudiera retroceder en el tiempo, aquella noche no habría regresado a Palmas Doradas, no habría dejado a Aitana, no la habría abandonado en la profunda noche, angustiada y sola.
Cada vez que Damián cerraba los ojos, recordaba a Aitana hablando, recordaba su voz distorsionada, y un dolor inmenso invadía su corazón.
—¡Perdóname!
—Aitana, ¡perdóname!
La voz de