Capítulo 6

Mi última semana fue un maldito infierno.

No había vuelto a ver al hombre de nombre desconocido con mirada oscura y helada, pero que no haya aparecido no quería decir que su incidencia en mi vida había desaparecido.

No había podido bailar una sola m*****a vez en el club.

Había ido a la tarde siguiente para hablar con Liam y que pudiera darme mi dinero sin ningún contratiempo.

Me pagó y casi grito al tener tanto dinero en mis manos después de tanto tiempo con ellas vacías, pero cuando me dijo que hoy no podía bailar cualquier emoción se diluyó de mi cuerpo.

Habían reservado el club y entre las elegidas para bailar no estaba yo.

No estaba segura de cuánto dinero pagaban por reservar el club, pero no creía que fuera más que lo que podría ganar en una noche con las puertas abiertas.

Pero no refutaría ni cuestionaría, suficiente tenía con que me dejara presentarme después de tanto tiempo.

Despidiéndome me di la vuelta y desde entonces no había regresado, no porque no quisiera, sino porque Liam le pedí a Analís que me informara si debía ir o no.

Y ni hablar de aquella sensación de ser observada durante el día, cuando salía de casa, cuando llevaba a Adam a clases, cuando llegaba a mi trabajo y cuando salía.

Las únicas veces en las que no me sentía observada era cuando estaba en casa, a puertas cerradas con Adam.

Si bien podía imaginarme de dónde provenía aquella retención de entrar en el club, no quería creer que fuera del todo cierto. Pero probable después de todo.

El hombre destilaba dinero viejo, su presencia, la forma en la que caminaba, como se movía, como controlaba todo a su alrededor como si estuviera acostumbrado a que todo el mundo hiciera lo que él quería.

Y sus palabras dejaban bien en claro que nadie le decía que no, pero, sobre todo, que si se atrevían a hacerlo pagaban las consecuencias. Y yo lo estaba haciendo, aunque de cierta forma no era tan malo, había sobrevivido años sin trabajar en el club, podrá aguantar un par de meses más hasta que el esporádico interés del hombre desapareciera.

Podía hacer eso.

Pero al llegar a mi trabajo entendí de muchas formas diferentes que no podría soportar ni medio mes, aunque me esforzara en ello.

Al entrar a mi trabajo después de haber dejado a Adam en el jardín de niños, me encontré con un ambiente entre tenso y… un maldito sentimiento que no quería tener que explicar.

Lía, mi compañera de trabajo, se movía alrededor del lugar emocionada, deleitada con la presencia del hombre en traje que observaba el menú atentamente.

Debía admitir que llegaba diez minutos tarde y definitivamente fue el peor día para hacerlo.

Pasando saliva lentamente me dirigí hacia la barra y mientras lo hacía su mirada se elevó hacia mí y observó mi recorrido mientras me barría el cuerpo completo con su mirada.

No es que estuviera muy presentable esa mañana en particular, y aunque mi hijo había despertado temprano decidió no despertarme porque había estado llorando en la madrugada cuando abrió sus ojos en alguna ocasión.

Ni siquiera me di cuenta de cuando despertó, pero definitivamente había visto algo que yo no quería.

Suspirando pesadamente me dirigí detrás de la barra tratando de ignorar su presencia, pero imposible, el ambiente estaba lleno de su olor, del poder que destilaba y todos estaban pendiente a él.

Aún, no había un solo cliente en el lugar, por lo que fue fácil para Lía pulular alrededor de él fingiendo que limpiaba las mesas.

Una vez me deshice de mi bolso y tomé mi bloc de notas y un lapicero me quedé de pie detrás de la barra.

Timmy, el chico de la caja me miró interrogante al ver que no avanzaba, esperé largos segundos hasta que Lía se dignó en venir.

—Sé que es mi zona —le susurré mientras me acercaba —¿pero puedes atenderla por mí? —a ella le brillaron los ojos con el pedido.

—Quiero que me atienda usted, señorita Davis.

Mi apellido saliendo de sus labios colocó mis pelos de punta y estuve a punto de atragantarme.

—Ve tú, por favor —pedí en un susurro desesperado.

—Lo siento, Daila, es el jefe ahora y no quiero desobedecerle el primer día.

—¿Qué? —cuestioné sin aliento ante sus palabras que se clavaron en mi pecho como puñales.

—El señor Miller vendió la cafetería a este señor hace un par de días, nos enteramos esta mañana cuando vino a abrir y a entregarle la llave.

No pude decir una sola palabra, solo pude observarlo a él y a la forma en la que dejaba caer el menú sobre la mesa para luego cruzar sus dedos sobre la mesa dejando en claro que estaba listo para ordenar.

Respirando profundamente y armándome con el valor que no tenía me acerqué con pasos lentos hasta estar a un lado de él.

—Buenos días ¿qué deseará ordenar? —con voz temblorosa recité mis líneas.

Él me observó de arriba abajo desaprobando mi presencia y quise escupirle en la cara que no me importaba si no aprobaba como me veía.

—Esta despedida —dijo claramente y mi boca se abrió cual pez fuera del agua.

—¿Qué? —cuestioné con un jadeo tembloroso.

Pero yo lo había escuchado, todos lo habíamos escuchado, incluso Harry, el cocinero, quien asomaba su cabeza por la pequeña ventana por donde pasaban los pedidos.

—Que está despedida, señorita Davis.

—¿Pero, por qué? —el cuestionamiento salió en forma de súplica a través de mis labios.

Definitivamente no, esto no podía pasar, si llegaba a despedirme tardaría semanas para encontrar un nuevo trabajo y si eso llegaba a suceder si acaso, no sería con los mismos horarios que tenía aquí, probablemente serían más extendidos y un sueldo probablemente más mediocre que el que ya tenía.

—En primer lugar, llegas tarde y según tengo entendido no es la primera vez que sucede, segundo, tu presencia no es particularmente atrayente para este negocio y tercero, tu servicio al cliente apesta —mi mano se apretó con fuerza alrededor del bloc de notas mientras un tic aparecía en mi ojo.

Intenté contenerme, intenté dejar pasarlo y tomar mis cosas para irme, pero su sonrisa arrogante dejándome saber que había ganado me hizo vibrar en una furia no clásica en mí.

—¡No puedes hacer esto solo porque te rechacé! —declaré sin preocuparme por las tres personas escuchando claramente nuestra conversación.

—Te dije que lo haría a mi manera si no elegías la tuya.

—Primero me cancelan todas mis presentaciones en el club por tu culpa y ahora me despides del único trabajo que me queda ¿cuál es tu maldito plan?

—Joderte hasta que sea tu única opción —su sonrisa de suficiencia me hizo lanzarle una patada a la silla frente a él llena de rabia.

—De ser mi comprador a ser mi única opción —reí incrédula sintiendo como la histeria viajaba por todo mi torrente sanguíneo —ni siquiera sé tu maldito nombre y me has arruinado peor que cualquiera.

—Pudo haber sido diferente, pero dije claramente que no te gustaría.

Sintiendo como las lágrimas picaban detrás de mis ojos ante su desinterés por como me hacía pedazos, me di la vuelta y me encaminé hacia mi bolso lanzando el maldito bloc de notas junto con el lapicero y una vez obtuve lo que me pertenecía me encaminé hacia la salida con fuertes pasos.

—Y Dalia —mis pies se detuvieron por unos segundos, pero no me atreví a mirarlo una vez más —mi nombre es Khail, Khail Petrov.

Y asimilando el nombre del hombre que se había propuesto arruinarme, salí de la cafetería sintiendo como mi corazón se deshacía cada vez que recordaba que ahora no tenía nada con lo cual sustentarme. 

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