La soledad era la más grande de las torturas. Eso y perder la noción del tiempo.
No saber si era de día, tarde o noche.
Solo sabía cuantos días pasaban porque recibía una sola comida por día.
Era la única vez en el día en el que se abría la puerta, pasaban veinticuatro horas y el ya conocido sonido chirriante de la puerta al ser abierta me alertaba de que otro día había pasado.
Y según mis cuentas, llevaba siete días aquí y parecía más delgada que en cualquier otro día de mi vida.
Solo había podido asearme usando el agua del lavabo y era muy poco, pues sin sábanas, sin ropa, más que la falda y la blusa con la que había llegado, no sería muy bueno mojar mi cuerpo.
Dormía en el suelo frío, pues el colchón desgastado y lleno de cucarachas muy pequeñitas, no eran una opción para mí. Y eso ya le estaba pasando factura a mi cuerpo. Podía sentir el dolor en todos mis músculos, pero lo que más me preocupaba eran las dificultades respiratorias que estaba teniendo.
Aparentemente me estaba resfr