Capítulo 3

Las horas pasaron lentamente y lo único que supe hacer fue hablar a veces con Analís y mirar las fotos de mi hijo de casi cinco años en el móvil. 

Él tenía los ojos negros, diferente a los míos que eran verdes y su cabello era lacio y tan negro como la noche. 

Suponía que lo lacio lo había sacado de su padre, pues mi cabello era ondulado por todos lados. 

Al recordar al padre del niño inevitablemente mi corazón se apretó. Se suponía que mi hijo no debía existir, pues yo tenía el aparato en mi brazo que evitaba que saliera embarazada, mi madre me había hecho colocarlo cuando cumplí diecisiete años y mi vida sexual comenzó a ser activa. 

Se suponía que cada tres años debía cambiarlo, pero a penas habían pasado dos cuando le entregué mi cuerpo a aquel hombre de rostro desconocido para mí. 

Lo único que mi mente recordaba era el toque de sus manos, sus besos tan intensos y su actitud tan distante, pero de igual forma se sentía tan cerca por la forma tan ardiente en la que me había hecho suya aquella noche. 

Agitando mi cabeza me puse de pie al ver como las chicas entraban para tomar sus cosas y salir. Suponía que ya todo había acabado, por lo que algo aliviada me levanté de mi lugar para ir a hacer lo mismo. 

—Liam te pide que por favor vayas a verlo al frente antes de irte. 

Mis brazos cayeron a ambos lados de mi cuerpo al escuchar las palabras de una de las chicas y soltando un suspiro cansado me encaminé hacia la puerta arrastrando mis pies con tan solo unas bailarinas puestas. 

Recorrí el pasillo de forma lenta sintiendo mi piel levemente fría al solo tener unos shorts y una polera cubriéndome. 

Pero es que debía tener ropa de fácil acceso por si debía regresar al escenario en cualquier momento. 

Al subir al escenario y cruzarlo no me encontré con Liam, nuestro jefe, por ningún lado. 

El lugar estaba completamente vacío y los hombres que habían estado ocupando las mesas del centro ya no se encontraban. 

De igual forma esperé unos minutos recostada del borde del escenario, esperando a que saliera probablemente de su oficina. 

Pero quien salió del pasillo que daba hacia la habitación de seguridad y la oficina de Liam, no fue él, sino el mismo hombre que me había hecho paralizarme horas atrás cuando acabé mi presentación. 

—Buenas noches —saludó con su voz varonil y algo ronca. 

Su aroma era envolvente y exquisito, tanto que quise acercarme para olerlo mejor, pero contuve el arrebato al saber que sería una tontería hacer eso. 

—Buenas noches —contesté en un susurro —¿en qué puedo ayudarle? —cuestioné sin dudarlo. 

Lentamente fui atando cabos y al no ver a Liam por ningún lado entendí de qué se trataba todo esto. 

—¿Cuánto cobras por noche? —su pregunta fue directa mientras sus ojos se enfocaban en los míos sin dudar un segundo y sin  titubear ante su pregunta. 

—No me vendo —le dejé saber luego de unos segundos en donde permanecí estupefacta por su cuestionamiento —lamento que mi trabajo como bailarina en este lugar le haya hecho creer eso, pero repito, no me vendo. 

—¿Ah sí? —su voz tomó otro tono y aunque me hubiera gustado decirle que no tenía la necesidad de pagar por sexo por el físico que se cargaba, simplemente me amarré la lengua y decidí no decir nada más. 

Sus ojos que parecían dos témpanos de hielo escanearon lentamente cada expresión de mi rostro, pero no encontró nada, pues me mantuve seria todo el momento sin dejar ver la forma tan extraña en la que me hacía sentir. 

Y aunque quise intentar reconocer su voz, tratar de ligarla a aquel hombre que en algún momento me había comprado, no pude, pues la única palabra que salió de sus labios aquella noche fue:

—Desnúdate.

—Intente con otra, que tenga buenas noches —y sin dudarlo me di la media vuelta para largarme del club sin mirar atrás. 

Él no dijo nada más, ni siquiera devolvió el buenas noches y lo agradecí, pues tener que girarme nuevamente para observar su rostro sería un sacrificio para mí. Pues no estaría segura de sí mantendría mi boca callada o le preguntaría si me recordaba de algún lado. 

Pero era imposible, los hombres presumían y no les importaba en lo absoluto utilizar cualquier argumento para validar sus propuestas. 

Si hubiese sido él, me hubiese dejado saber que aunque yo me jactaba de decir que no me vendía ya lo había hecho en otro momento de mi vida. 

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