Capítulo 4

El pequeño de cabello negro totalmente lacio se removió perezosamente en mis brazos al percatarse de mi presencia.

—Mami —sus ojitos se abrieron lentamente al sentir como paseaba mis dedos por su cabello —llegaste —una pequeña sonrisa cruzó sus labios y fue inevitable para mí no correspondérla.

—Sí, te dije que volvería en un parpadear —él con cuidado se elevó de mis piernas y se recostó de mi pecho antes de llevar su dedito hacia su boca.

—¿Cómo te fue? —Sus palabras eran suaves y aunque siempre había estado sorprendida de su capacidad comunicativa, esta vez no me sorprendió su pregunta.

Él siempre me preguntaba cómo me había ido una vez regresaba a casa.

—La verdad muy bien.

Aun no me habían pagado, había huido antes de poder ver a Liam, pero suponía que mi pago sería dado a Analís.

Probablemente mañana tendría dinero.

—¿Ya podrás comprarme el pastel de la esquina? —mis ojos se humedecieron ante el recuerdo y asentí suavemente.

Hacía casi un año Adam me había pedido un pastel de chocolate de la esquina por su cumpleaños. Había querido comprárselo, pero lamentablemente mi situación económica estaba tan crítica que solo pude comprarle una pequeña rebanada.

La aceptó felizmente, pero sabía que quería más y aunque él nunca me había hecho berrinches por tales cosas, sabía que un niño quería juguetes nuevos, dulces. Cosas que solo me podía permitir en raras ocasiones, considerando que trabajaba en una cafetería a tiempo completo.

Adam por suerte ya se encontraba en el jardín de niños y estaba ahí hasta las cuatro de la tarde, ya luego en mi receso lo recogía y lo traía a casa donde Denise cuidaría de él, hasta que la cafetería cerrara a las ocho de la noche y pudiera retornar a casa.

Aunque hoy en particular tuve que tomar mi receso de las cuatro para ir a practicar con Analís y luego de que acabara mi turno en la cafetería tuve que regresar para hacer la coreografía.

El día había sido particularmente agotador, pero no podría dejar una charla con mi pequeño ni, aunque quisiera. Después de todo yo era lo único que él tenía y él era lo único que yo tenía.

—Si, cariño, podré comprarte tu pastel de la esquina para tu cumpleaños.

Y con esa afirmación ambos nos quedamos dormidos, él encima de mí y yo totalmente acostada en nuestra pequeña cama.

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—Adam, por favor, ya sal, necesito hacer pipí —pedí detrás de la puerta del baño.

—Ya voy, mami.

No pasó mucho tiempo cuando ya la puerta estaba abierta y un Adam totalmente arreglado me recibió.

No me sorprendía, desde el día en el que él me había visto trabajar en la cafetería había comenzado a despertarse primero que yo, como si hubiera configurado su reloj biológico para tal cosa.

Él sabía cuidar de sí mismo, pues detestaba cuando algún extraño se acercaba a él a tocarlo. Por lo que fue necesario para él aprender a ir al baño solo para que las maestras no tuvieran que entrar con él.

Lo cuidaban, pero solo de la forma en la que él quería que lo hicieran.

Casi en sus cinco años el niño era más independiente de lo que debería y aunque definitivamente era un niño normal según la psicóloga, podría tener un coeficiente intelectual muy alto.

No presté total atención al hecho considerando que había recomendado un montón de cosas para su desarrollo que no me podía permitir pagar.

Suficiente tenía con la deuda del hospital por mi embarazo de alto riesgo, por la vez que tuve que internar a Adam y los sobrantes del hospital de mi madre debido a los intereses que habían crecido hasta el cielo.

A penas llegaba para pagar todas las cuentas y a veces ni siquiera llegaba.

En cuanto él pasó junto a mí, me adentré en el baño e hice mis necesidades, luego cepillé mis dientes y me di una ducha rápida antes de salir envuelta en una toalla para colocarme mi uniforme lo más rápido posible.

Solo me quedaban diez minutos para desayunar y salir de la casa y así poder llegar a tiempo.

Cuando me coloqué el vestido negro acampanado con delantal de señora y el cabello recogido en un moño bajo, salí con mi cartera y me encontré con Adam sentado en el taburete con su escalerita a un lado y unos panqueques calentándose en el microondas.

Estaba algo viejo, pero había sido un regalo de Danise que agradecía en el alma, ya que así cocinaba los domingos y podía calentar la comida toda la semana.

Sin dudarlo los saqué del microondas y dejé el plato sobre la pequeñita isla de cocina para comenzar a comer con algo de velocidad.

Adam estaba a punto de terminar, por lo que me apuré y acabé justo cuando él se acercaba a su escalera para bajarla con cuidado e ir hacia su mochila perfectamente arreglada en el sofá.

Eso lo había hecho yo, por lo menos en esa parte de su vida si me dejaba hacer algunas cosas.

Dejando los platos sobre el fregadero tomé mi cartera y me acerqué a la mesa del pequeño sofá para tomar mi móvil y las llaves y luego salir hacia la puerta donde ya estaba mi pequeño hijo.

—Buenos días —susurré algo avergonzada —no me despertaste.

—Llegaste muy tarde anoche —dijo simplemente —y buenos días, mami.

En cuanto cerré la puerta él tomó mi mano para que juntos pudiéramos salir del edificio crítico en el que vivíamos.

Estaba segura de que este no era el mejor ambiente para tener a mi hijo, pues mientras salíamos pude ver a una mujer con escasa ropa fumándose un cigarrillo junto a las escaleras. Más debajo había un chico casi desmayado en las escaleras y tuvimos que esquivarlo mientras descendíamos y al llegar a la salida pude ver a un tipo con un arma en la cintura de su pantalón.

—Buenos días —dijo amablemente mi hijo.

—Buenos días, niño ¿a la escuela? —cuestionó con una sonrisa que dejó ver un diente de oro brillando en su dentadura.

—Jardín de niños, todavía —contestó simple.

—Échale ganas, cuando estés viejo vas a saber que fue divertido.

Mi hijo asintió y en cuanto pasamos junto a él lo sentí recorrerme con la mirada.

Tenía unos dos años viviendo en el edificio y lo había estado viendo todo este tiempo. Él había visto crecer a Adam y gracias a dios nunca se había propasado conmigo, pues aparentemente las veinteañeras endeudadas no eran su tipo.

Al recorrer la acera lo hicimos en silencio mientras el barullo de la ciudad nos envolvía de forma agobiante, hasta que unas diez calles después salimos de los suburbios y nos acercamos al jardín de niños.

Al dejarlo en la puerta él me hizo agacharme para dejar un beso en mi mejilla lo cual me hizo sonreír con suavidad.

—Que tengas un buen día, cariño.

—Tú también, mami.

Y después de nuestra despedida lo vi entrar por la puerta para ser seguido por la maestra.

Y una vez estuvo fuera de mi radar como alma que lleva el diablo comencé a correr hacia mi trabajo, pues solo tenía cinco malditos minutos para llegar a tiempo y me habían delatado tantas veces que un sermón este día no era exactamente lo que quería.

Mientras corría podía sentir como los vellos de mi nuca se erizaban enviando señales claras por todo mi cuerpo, pero intenté alejarlas mientras me acercaba vehementemente a la cafetería.

Al llegar detuve mi carrera y me sostuve de la baranda de la puerta de entrada para recuperar el aliento.

Y justo cuando miraba a mis espaldas ante la sensación de ser observada, me percaté de cómo un auto se encontraba estacionado del otro lado de la calle, con la mano de un tipo fuera de la ventanilla portando un reloj muy caro y su mirada estaba puesta directamente en mí.

Todo mi cuerpo se tensó asimilando la situación y al no comprender el por qué sus ojos estaban clavados en mi figura, me aventuré dentro de la cafetería saliendo del radar de su mirada. 

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