El inicio de una historia: octava parte.

Regresar al Imperio había sido una travesía indescriptible para Marck. Mientras caminaba solo por los escarpados caminos, no pudo evitar desear la compañía que había tenido en el viaje de ida. La santa le había proporcionado un arma que le otorgaba protección y fuerza, un regalo que le había salvado la vida más de una vez. Sin ella, habría enfrentado aún más peligros y obstáculos en su viaje de regreso.

La zona del volcán había sido la parte más desafiante de su travesía. Los ríos de lava ardiente y las colinas humeantes le habían planteado amenazas constantes, y Marck había luchado por mantenerse a salvo mientras avanzaba. Sin embargo, su determinación lo había llevado a superar esa adversidad y llegar finalmente a la capital del Imperio. La hospitalidad de los desconocidos a lo largo del camino era un recordatorio de la generosidad que aún existía en el mundo, a pesar de los conflictos y peligros que lo rodeaban.

En medio de su agotadora travesía de regreso al Imperio, Marck tuvo tiempo para familiarizarse con el arma que la santa le había entregado. Lo que parecía ser una lanza común al principio demostró ser mucho más complejo de lo que había imaginado. A medida que exploraba su conexión con la lanza, comenzó a notar cambios notables. El arma parecía resonar con su espíritu y carácter, la lanza comenzó a cambiar de forma. Sus rasgos se volvieron más estilizados y refinados, revelando una belleza singular y una profunda conexión con él.

A medida que avanzaba hacia la capital, la lanza se volvía cada vez más parte de él, no solo como una fuente de protección, sino como una aliada leal en su viaje de regreso a casa.

…….

Superar la entrada al palacio en el día señalado fue la parte más complicada de su misión. Sin embargo, él sabía que contaba con la ayuda de la fortuna, ya que la capital estaba inmersa en festividades en ese momento. Tal como la santa le había indicado, era esencial que hubiera una gran cantidad de testigos en ese preciso instante, por lo que debió esperar pacientemente el día y la hora adecuados. Con paciencia y precisión, aprovechó su conocimiento de la estructura del palacio y la distracción de las festividades para llevar a cabo su plan.

Avanzando sigilosamente a través del jardín, sorteando a los guardias con astucia, finalmente llegó al majestuoso salón de baile. En ese espacio resplandeciente, la mayoría de los nobles y cortesanos disfrutaban de la festividad. Las luces centelleantes, la música envolvente y los elegantes atuendos creaban un ambiente de opulencia y alegría. Maximiliano sabía que debía ser cauteloso y actuar con sigilo, pero también estaba consciente de que este era el lugar y el momento que necesitaba para cumplir su misión.

Con cada paso, Marck debía reunir un valor inmenso para avanzar por el medio del lujoso salón de baile, bajo la mirada escrutadora de los nobles y cortesanos que allí se congregaban. Podía sentir el peso de sus miradas, llenas de preguntas, murmullos reprochadores, palabras de desprecio y miradas condescendientes que lo rodeaban. No se dejó amilanar por los juicios ajenos, ya que tenía un objetivo claro: llegar a la figura en el otro extremo del salón.

Su mirada se mantuvo fija en el emperador, quien estaba acompañado por la emperatriz y algunos de sus príncipes y princesas, quienes eran sus medios hermanos. A medida que avanzaba, el eco de su propio corazón latiendo en su pecho se mezclaba con la música y los murmullos de la alta sociedad. El salón se abría ante él, revelando un despliegue deslumbrante de opulencia y poder que le recordaba por qué estaba allí.

A pesar de la hostilidad palpable en el ambiente, él se aferraba a su determinación. Tenía un mensaje que entregar y un objetivo que cumplir, y no se dejaría detener por la desaprobación de los presentes. Cada paso lo acercaba más a su destino.

Marck percibió de inmediato la mirada furiosa que su padre, el emperador y la emperatriz le dirigieron cuando entró al salón y notó que su llegada había perturbado la atmósfera festiva. Era evidente que su aparición no era bienvenida y, antes de que alguien pudiera expresar abiertamente su descontento, Maximiliano actuó con rapidez. Hizo una reverencia elegante al tiempo que desvelaba la lanza que había estado oculta detrás de su espalda, cuidadosamente cubierta por un trozo de tela.

La lanza brillaba con un resplandor sagrado, emanando un aura que no pasó desapercibida para los presentes en el salón. La música cesó, y un silencio tenso se apoderó del lugar. Maximiliano mantenía su postura con firmeza, decidido a no ser amedrentado. Sabía que debía cumplir su misión y no retrocedería, incluso si eso significaba enfrentar la ira de su padre y la corte.

El emperador y la emperatriz intercambiaron una mirada, evidentemente sorprendidos por lo que presenciaban.

El joven avanzó con determinación hacia el emperador y, sosteniendo la lanza con reverencia, anunció con voz firme –  Marckus Fortis representante de la santa, se presente ante el emperador.

En ese preciso instante, otra inmensa cantidad de poder sagrado envolvió la lanza, haciendo que esta resplandeciera con una luz divina. El efecto fue inmediato y profundo. Una oleada de energía sagrada se extendió por todo el salón y cada persona presente sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras sus ojos se abrían de par en par, sorprendidos por la magnitud del poder que se manifestaba ante ellos.

El pensamiento colectivo en la sala vibró con emoción y asombro. ¡La tan esperada santa del imperio había aparecido finalmente! La noticia de su llegada se propagaría rápidamente por todo el reino, y los presentes en el salón comprendieron que estaban siendo testigos de un momento histórico. Las murmuraciones y los murmullos anteriores se transformaron en un silencio respetuoso y expectante. Los presentes en el salón eran conscientes de que algo trascendental estaba ocurriendo. La trinidad del poder en el imperio finalmente estaría completa.

En lo más alto de la jerarquía se encontraba el emperador, Magnus Fortis, la máxima autoridad que dirigía y ostentaba el liderazgo del imperio con sabiduría y determinación. Luego, el héroe del imperio el duque Constantino Virtus, aquel destinado a proteger y defender la tierra de los demonios.

Y ahora, la aparición de la santa había marcado el momento en que la trinidad sagrada del imperio se materializaba. La santa, en su calidad de representante de su dios, se alzaba como un vínculo divino que conectaba al imperio con fuerzas más allá de su comprensión.

Mientras el salón se llenaba de alabanzas y admiración por la llegada del príncipe como el  representante de la santa, no todos compartían el mismo entusiasmo. Entre aquellos que observaban con recelo se encontraba la actual emperatriz y el primer príncipe.

La emperatriz, con su mirada fría y distante, ocultaba sus verdaderos sentimientos detrás de una sonrisa forzada. La repentina aparición de Marckus como una figura tan influyente amenazaba su posición en la corte.

Por otro lado, el primer príncipe, que una vez había sido considerado como el candidato más apto para ser el príncipe heredero, sentía que esta nueva amenaza ponía en peligro sus aspiraciones al trono. Con el emperador aún sin designar un príncipe heredero, la competencia por el título se volvía aun más intensa. La repentina aparición de Marckus como representante de la santa complicaba aún más su situación.

En medio de la alegría general, estos dos miembros de la realeza observaban con cautela y se preguntaban cómo esta nueva figura influiría en el equilibrio de poder en el imperio. Las intrigas y rivalidades en la corte prometían ser más intensas que nunca en los días venideros.

El emperador estaba eufórico, su rostro iluminado por la emoción. Finalmente, tenían frente a ellos la evidencia irrefutable de la aparición de una nueva santa en el imperio. Sin embargo, a pesar del entusiasmo, su expedición de búsqueda no había dado con la santa que estaban buscando. Pero en ese momento, una grata sorpresa se presentó ante ellos.

El hijo del emperador, que había sido un elemento inesperado en el proceso de búsqueda, yacía frente a ellos aun haciendo una reverencia después de haber llevado a cabo su arriesgada estratagema. El emperador no perdió un instante y se acercó rápidamente a su valiente hijo, ayudándolo a ponerse de pie con una amplia sonrisa en el rostro.

– Bien hecho, príncipe – felicitó el rey, con orgullo evidente en su voz. La emoción de encontrar a la santa y el valiente acto de su hijo habían inyectado un nuevo aliento al imperio, y el emperador no podía estar más satisfecho por los acontecimientos que estaban teniendo lugar.

En medio de la sala, una atmósfera de júbilo y celebración impregnaba el aire mientras todos festejaban la aparición de la nueva santa. Rostros radiantes y corazones llenos de esperanza eran evidentes en la multitud. La emoción se propagaba como un contagio en el gran salón, donde la noticia de la santa se difundía como un regalo divino.

Sin embargo, no muy lejos de esta escena de júbilo, el duque Virtus, sintió la presencia del poder sagrado que había emergido. Una idea rondaba sus pensamientos: ¿por qué no se había presentado la santa en persona? Su mente maquinaba obciones, considerando si debía abordar al joven príncipe y preguntarle acerca del paradero de la santa y la razón de su ausencia. Pero por el momento, optó por contenerse y esperar una oportunidad más propicia.

Finalmente, esa oportunidad se presentó cuando el rey y el príncipe se retiraron hacia un lugar más privado. Virtus los siguió de manera disimulada, su mente trabajando en un equilibrio delicado de estrategia y astucia. Había reconocido en el joven príncipe un contendiente fuerte por el trono y sabía que debía considerar sus movimientos con prudencia, ya que las fuerzas que habían respaldado a los otros príncipes considerarían sus opciones ante la nueva situación.

Constantino no tardó en alcanzar al emperador y al príncipe, quienes se encontraban en una habitación apartada de la sala de baile. Aunque no estaban completamente aislados de miradas y oídos indiscretos, al menos podían contar con cierta privacidad. Cuando entró en la habitación, el rey ya estaba sentado, y el joven príncipe se encontraba a su lado. Ambos lo miraron con una expresión que indicaba que lo estaban esperando.

El duque hizo una reverencia apropiada y luego habló con respeto, consciente de la gravedad de la situación – Majestad, Alteza – saludó Constantino.

– Las formalidades pueden esperar, amigo mío. Hoy es un día grandioso – anunció el rey con alegría, rompiendo momentáneamente el protocolo.

El duque, generalmente estoico y serio, estuvo de acuerdo con el ambiente festivo que invadía la sala. Una sonrisa se formó en su rostro, y compartió la emoción con el joven príncipe. Se acercó al príncipe, que parecía hincharse de orgullo – ¿Me permites la lanza? – preguntó el duque.

El príncipe, con un brillo en los ojos, asintió entusiásticamente – Con gusto, duque – respondió, entregándole la lanza sin la menor titubeo, sellando con este gesto un pacto silencioso de confianza y unidad en aquel día grandioso.

El duque envainó la lanza entre sus dedos, sintiendo el poder sagrado que emanaba de ella como un flujo cálido, puro y sumamente reconfortante. Era como si el arma misma resonara con su esencia divina, un bálsamo refrescante para el espíritu, algo un tanto distinto a su propia espada, una reliquia sagrada que había sido transmitida a lo largo de las generaciones de su linaje y que también irradiaba una energía divina constante.

Con admiración sincera, el duque dirigió su mirada al joven príncipe, sus ojos destilando respeto por el arma y su portador – Es, sin duda, una magnífica arma, joven príncipe – elogió con una sonrisa que reflejaba la satisfacción de alguien que apreciaba la artesanía de lo divino. Luego  devolvió el arma a su legítimo dueño – Sin embargo, debes perfeccionar tus habilidades para manejarla con maestría. Un instrumento de tal magnitud requiere una mano diestra y un corazón templado.

– Le agradezco mucho sus palabras, Duque Virtus – expresó el príncipe con emoción en sus palabras, pues eran elogios provenientes de alguien que admiraba profundamente.

El emperador, con una voz que resonaba con autoridad y preocupación, llamó a su hijo por su nombre – Marckus – le instó, buscando respuestas con un dejo de inquietud en sus ojos – ¿Dónde está la santa? ¿Por qué no llegó contigo?

Estas eran precisamente las preguntas que Constantino también ansiaba hacer, y su mirada reflejaba una urgencia por conocer las respuestas a estos misterios que se tejían en torno a la ausencia de la santa.

Oh, el dilema que ahora se cernía sobre él. El plan original le había instado a proclamar su solicitud a viva voz, pero en medio de los halagos y reconocimientos, se encontraba tan inmerso en aquel torbellino de elogios que, casi sin darse cuenta, se hallaba solo en compañía del emperador y el duque Virtus. No obstante, aún tenía una oportunidad de poner su plan en marcha sin que este se desmoronara por completo.

Finalmente, reuniendo el valor necesario, el joven príncipe rompió el silencio – La santa... actualmente se encuentra en el reino de los demonios.

Las palabras "reino de los demonios" parecieron arrojar una sombra de consternación tanto en el rostro del emperador como en el del duque. Ambos compartieron una mirada de perplejidad, incapaces de comprender cómo semejante situación había llegado a ocurrir. Pues, según la tradición, la santa jamás debía abandonar los confines seguros del imperio.

– ¿Y la dejaste allí? – inquirió el emperador con un matiz de molestia tintando su voz, sus ojos revelando una preocupación que se convertía en descontento.

El duque Virtus, con la serenidad de un hombre que valora la sabiduría por encima de las emociones, se dirigió al joven príncipe esforzándose por mantener un tono de voz controlado, evitando que su descontento se reflejara en sus palabras – Joven príncipe, debe comprender la trascendencia que la figura de la santa tiene para la raza humana. Es nuestro deber protegerla. Dejarla en tierras ajenas es exponerla a un peligro innecesario.

Marckus, en medio de la imponente presencia del emperador y el duque Virtus, no pudo evitar sentir una abrumadora intimidación ante el claro descontento de las dos figuras más influyentes del imperio. No obstante, estaba decidido a mantener una actitud digna y resuelta en ese momento crucial.

– La santa está en busca de la paz  entre ambos reinos – comenzó Marckus, esforzándose por proyectar una imagen de determinación – En su profunda preocupación por las personas desaparecidas, se aventuró al reino de los demonios. Los demonios, sin embargo, niegan toda participación en el suceso. En vista de esta incertidumbre, la santa me ha encomendado la misión de buscar a los culpables, asumiendo que podrían tratarse de humanos involucrados en esta situación.

Un momento de silencio se cernió en la estancia mientras Magnus y el emperador intercambiaban miradas, aparentemente llegando a un entendimiento tácito.

– En ese caso, ¿podemos asumir que la santa no retornará al imperio hasta que el asunto de los secuestros sea resuelto? – planteó el emperador con una voz cargada de inquietud, buscando confirmación.

Marckus asintió con firmeza, consciente de la profunda preocupación que aquejaba a la santa – Es una cuestión que inquieta profundamente a la santa, su Majestad – respondió el joven príncipe con una convicción que reflejaba su compromiso con la misión.

El emperador, finalmente asintió en comprensión – Muy bien – dijo con una expresión reflexiva – Puedes retirarte, príncipe. Tengo asuntos que discutir con el duque.

El joven príncipe, aliviado por no quedar atrapado en medio de la conversación entre dos figuras de autoridad, se despidió con rapidez y abandonó la habitación.

El emperador, una vez que se aseguró de que Marckus había abandonado la estancia, se volvió hacia el duque Virtus con una mirada inquisitiva – ¿Cuál es tu opinión sobre todo esto, Constantino? – preguntó, ansioso por conocer la perspectiva de su consejero de confianza.

El duque reflexionó con seriedad antes de responder – Es ciertamente inusual que una santa abandone el imperio, pero si esto ha ocurrido por la voluntad de nuestro dios, entonces debemos aceptarlo sin cuestionamientos. No obstante, me inquieta profundamente el trato que los demonios podrían darle a la santa en su tierra – Sus palabras, cargadas de preocupación.

El emperador, con un dejo de pesimismo, manifestó sus inquietudes – El rey de los demonios no es ningún tonto. En estos momentos, podría estar maquinando cuánto deberíamos pagarle por el resguardo de la santa – Un suspiro escapó de sus labios, reflejando su frustración por la incertidumbre que envolvía la situación.

No obstante, un rayo de esperanza surgió en la mente del emperador. De repente, se dio cuenta de algo fundamental y dirigió su mirada al duque – ¿No estabas rastreando al grupo de secuestradores?" indagó nuevamente, deseando obtener información crucial sobre el progreso de la investigación.

El duque Virtus asintió, su rostro reflejando una profunda reflexión – Hemos logrado avances significativos, Majestad. Hemos capturado a algunos de a algunos peces pequeños, aunque hasta ahora se han negado a revelar nombres – Sus palabras destilaban pensamiento estratégico, revelando la necesidad de agilizar la obtención de respuestas para desentrañar el misterio que rodeaba la ola de secuestros.

– Sabes – comenzó el emperador – últimamente el ministro de finanzas ha estado fastidiándome. Además, el ministro de asuntos internos parece estar promoviendo ideas peligrosas. Empiezo a pensar que quizás, solo quizás, tengan algún tipo de implicación en este asunto, ¿no lo crees?

El monarca, con su característica habilidad para enmascarar la gravedad bajo una fachada de conversación casual, planteó sus pensamientos. Sin embargo, Constantino, como su amigo de confianza, comprendió más allá de las palabras, percibiendo el mensaje subyacente Constantino entendió que, una vez eliminada cualquier amenaza potencial para el emperador, se abriría la puerta para posicionar a su propia facción en la corte imperial – Por supuesto, querido emperador – respondió Constantino, asumiendo la responsabilidad del encargo – Haré lo que sea necesario. Encontrare a los culpables, y  me ocuparé de lidiar con los opositores.

No obstante, una preocupación latente aún pendía en el aire. Constantino no pudo evitar preguntar – Por cierto, ¿qué sucederá con el príncipe Marckus? – La pregunta dejó en el ambiente la incertidumbre sobre el destino del joven príncipe en medio de los intrincados asuntos de la corte.

– El príncipe Marckus alteró mis planes iniciales – comenzó el emperador, reconociendo el giro inesperado que había tomado la situación – Pero, a pesar de eso nos trajo noticias prometedoras. Supongo que merece cierto grado de indulgencia.

Su mirada se posó en el duque, su consejero de confianza, como si buscara su aprobación antes de continuar – Llévalo a cazar a los  malhechores, pero controla estrictamente la cantidad de información que llegue a él – El emperador dejó escapar un suspiro cargado de fatiga – Por otro lado, ahora debo considerarlo como candidato al trono –  expresó con resignación – Por supuesto, eso dependerá de si recibe el respaldo absoluto de la santa o no – Luego, con un tono más sombrío, el emperador abordó un asunto de máxima importancia – Sin embargo, si puedes lograr que la santa se mantenga al margen de los asuntos de estado, te estaré eternamente agradecido –  Sus palabras reflejaban la compleja dinámica de poder y lealtades en juego en la corte imperial.

En ese instante el duque Virtus, astuto como un zorro, se volvió hacia su amigo con una sonrisa socarrona que revelaba sus intenciones. Había una eterna lucha por el trono, una contienda en la que solo el más apto sobreviviría, y ambos hombres entendían la complejidad de esta danza política y la santa no debería intervenir nunca en esta lucha.

– Entonces, me atreveré a pedirte una licencia prolongada para descansar en casa y preparar mi boda – propuso el duque, evaluando a su amigo con ojos perspicaces. En medio de la contienda por el trono, el emperador aprovecharía la ocasión para limpiar el camino de cualquier persona que pudiera ser considerada una amenaza para la familia imperial o el imperio en sí.

Había siempre aquellos insensatos que, mediante conspiraciones y manipulaciones, ambicionaban el poder supremo. La diferencia entre ellos y el actual emperador radicaba en un punto fundamental: el emperador protegía y velaba por el bienestar del pueblo. Sin embargo, el duque Virtus encontró diversión en esta nueva variable. El emperador tendría que esforzarse más para alcanzar su objetivo, dejar el imperio en las manos más capaces “Debería desearle suerte en ello" reflexionó el duque, con un toque de sutil ironía en sus palabras.

– Bien, entiendo – concedió el emperador – te otorgaré tu licencia. Pero, ¿acaso planeas dejar desprotegida nuestra frontera, Virtus? – La ironía resonó en sus palabras, señalando una preocupación latente por la seguridad del imperio.

El duque Virtus, consciente de la importancia de la protección de la frontera, asumió un compromiso solemne – Me esforzaré al máximo por moldear al joven príncipe en un paladín extraordinario – afirmó con convicción, dispuesto a asumir la responsabilidad de formar y guiar al heredero del trono.

El emperador, aparentemente satisfecho con el compromiso del duque, emitió su consentimiento – Hemos llegado a un acuerdo. Me disculpo, pero necesito un momento a solas – anunció el emperador con una mirada de profunda reflexión – Tengo algunos asuntos que requieren mi atención y necesito tiempo para pensar en ellos – Sus palabras dejaron una sensación de intriga en el aire, sugiriendo que había decisiones importantes que debía meditar en privado.

– Claro, en ese caso me despido, Su Majestad – expresó el duque con una reverencia respetuosa antes de abandonar la habitación. A medida que se alejaba, dejó a su amigo el emperador solo, sumido en sus pensamientos y en la inmensidad de sus responsabilidades.

El duque se encontraba ya fuera de la estancia, reflexionando sobre las tareas que le aguardaban. Mañana sería un día de partida, llevando consigo al joven príncipe. No obstante, esta decisión implicaba un sacrificio personal. Debería separarse de su querida hija, durante un tiempo.

Mientras caminaba por los pasillos del palacio, el duque se aferró a la esperanza de que, si lograba resolver las cuestiones pendientes con éxito, regresaría pronto a casa para reunirse con su amada familia.

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