Nina
La mansión Guerra nunca había estado tan tranquila como ahora. Sin hombres armados esparcidos por todo su perímetro, sin empleados caminando y hablando por todas partes y, sobre todo, sin Darlan con sus malditas órdenes a gritos. No tengo muchos buenos recuerdos de este lugar, salvo las veces que jugué con mis hermanas. El ambiente de esta casa siempre ha sido imperativo, oscuro y rígido a pesar de tener tanto lujo y de que la luz del día la invade constantemente a través de sus amplios ventanales. Mis ojos recorren el enorme salón donde nunca tuve el placer de recibir a un amigo mío. Al fin y al cabo, al igual que mis hermanas, yo no era más que su marioneta, que sólo servía para ser utilizada con un fin y eso me hace pensar que sólo existí realmente cuando abandoné este lugar.
- Espérame aquí -le pido a mi marido sin mirarle siquiera y me dirijo a las escaleras.
- ¿Estás segura, Nina?
- No tardaré.
- No hay problema. - Entonces me detengo y miro hacia atrás.
- ¿Tienes un cigar