Priscilla.
—Mi Don, por favor. Déjeme ir a esa fiesta en Nueva York —supliqué pestañeando.
Una empleada pasó por su lado para echarle en el plato espaguetis a la carbonara. Era su plato preferido. Lo sabía porque durante su huida con mi asquerosa hermana, investigué sobre sus gustos. Las empleadas eran conscientes de lo que era de su agrado o no, pero había una de ella, una vieja que era como su madre.
Congeniamos muy bien. Y me contó absolutamente todo de él.
Le quitaría esa obsesión con Bianca, sí que lo haría porque él era solo mi esposo. Debía venerarme y hacerme feliz. Y