Ante la confesión de Paul, Alessia sólo puede sentir como el nudo en su garganta se acentúa cada vez más y le es imposible emitir algún sonido. Pero debe disimular, así que hace lo que su corazón le dicta en ese momento y toma con delicadeza la mano de Paul para darle pequeños ánimos pero la suelta con rapidez.
—¡Lo siento! No debí hacer eso, está mal—comienza a disculparse con nerviosismo y miedo de que él haya notado su rostro conmocionado y las lágrimas acumuladas en sus ojos.
Él medio sonríe.
—No te disculpes, está bien—admite y se levanta sacudiendo su fino traje italiano—. Debo irme, y tú deberías trabajar.
Y es así como la deja sola, sentada en aquella fuente con sus pensamientos revueltos. ¿Cómo es que puede ser tan dulce y tan frío al mismo tiempo? Por un momento, Alessia creía que la había reconocido y que le estaba hablando. Pero todo fue producto de su imaginación.
Ella debe controlar sus sentimientos, pero es como dicen, el corazón quiere lo que quiere. Sin embargo, s