Capitulo 84

La luz de las antorchas danzaba en las paredes de piedra de las oficinas privadas del Templo de Amón, proyectando sombras alargadas y distorsionadas. Imhotep, el Sumo Sacerdote, se sentaba detrás de un gran escritorio de madera tallada. Sus ojos observaban a Serket, quien estaba de pie frente a él, con las manos cruzadas sobre su abdomen.

—La popularidad de Ahmose y Nefertari entre el pueblo es… preocupante, Serket —dijo Imhotep—. Se les ve como héroes, como el nuevo amanecer de Egipto. Demasiado rápido. Demasiado… espontáneo.

Serket asintió. Había observado a la Princesa Nefertari de cerca y había percibido en ella una bondad genuina, una preocupación por los más humildes que rara vez se veía en la corte.

—El pueblo los ama, Sumo Sacerdote —respondió Serket—. Han traído esperanza después de tiempos difíciles.

Imhotep sonrió. —La esperanza es una herramienta poderosa, Serket. Y en manos equivocadas p

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