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Nefertari vio la imagen en su mente: ella, deslizándose hacia la barcaza de Khafa, creyendo que era libre, solo para caer en una emboscada mortal. Rekhmire. Siempre un paso por delante. Había jugado con ella, la había dejado creer en su engaño, solo para atraparla en el momento de mayor esperanza.
—¡Mañana! —exclamó Nefertari. La fecha que Khafa les había dado, la fecha que Baketamon había confirmado, era la misma que Hori había revelado. La trampa estaba lista. La hora, el lugar, todo.
—Sí, mi princesa —confirmó Hori—. Me obligaron. Lo siento. Lo siento tanto. No pude… no pude dejarlos morir de hambre.
Nefertari lo miró. La traición de Hori era un hecho consumado. Dolía, sí, pero no era el momento para el reproche.
—La trampa está tendida, entonces —dijo Nefertari—. ¿Qué harán? ¿Nos esperarán en el puerto?
—Sí, mi princesa —respondió Hori, su mirada fija en el suelo—. Hombres de Menkat. De Rekhmire. Escondidos.
Una amarga ironía cruzó la mente de Nefertari. Había sido tan cuidados