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Renenutet se llevó una mano a la boca, intentando contener un grito de espanto. Conocía la amistad de Hori con Ahmose y los rumores de amor entre el sargento y la princesa era un secreto a voces entre los sirvientes del palacio.
—¡Oh, dioses, Hori! —exclamó Renenutet—. ¿Qué hiciste? ¿Qué les dijiste?
—Les conté todo —confesó Hori—. El plan de huida de la princesa. Las citas. El barquero, Khafa. Les di todos los detalles. Les dije que la huida sería a medianoche, en el puerto viejo.
Renenutet se levantó de un salto.
—¡A medianoche! ¡Pero la princesa y Ahmose…! ¡Los matarán, Hori! ¡Los matarán!
—Lo sé —murmuró Hori—. Lo sé. Me amenazaron. Me mostraron el oro. Me dijeron que si no hablaba, mi familia sufriría. Pensé… pensé que no tenía opción. Pensé en ustedes. En ti. En los niños. En el hambre. En tu enfermedad.
Renenutet se detuvo y lo miró. Conocía la desesperación de su esposo por protegerlos. Había visto la lucha en sus ojos, las noches en vela. La tentación para un hombre honora