Huellas Del Mal

— (En el pueblo debo encontrar a alguien que me oriente en este tema, un santero, un brujo o alguien especial… Pero voy a encontrarlo.)— Dando vueltas en el centro del pueblo intentando decidir a dónde ir, James pensaba desesperadamente. 

 — ¿Estás loco?.— Comentó un hombre que iba pasando cerca de él. 

  James intentó seguirlo, alcanzarlo para preguntar si se refería a la máscara que llevaba en su mano así que corrió detrás de él y cuando lo logró alcanzar el tipo se volteó mirándolo asustado. 

 — ¡Deja!. — gritó el hombre dando varios pasos hacia atrás y recogiendo sus hombros. 

 — Tranquilo, ¿Sabes algo sobre esta máscara?. 

 — Eres un loco, pareces paranoico ¡Déjame en paz!. — Alejándose de James. 

 — (Quizás tiene razón… Tal vez este tema me tiene un poco paranoico tal como emocionado.) — Mirando la máscara con expresión de cansancio James suspira. 

 Es cuando levanta la cara y logra ver a la distancia por sobre las casas una cruz. 

 — (¿Eso es…? ¡La iglesia! Puedo ir allí.)— Emocionadamente James se dirige a visitar la iglesia del pueblo. 

 Ya puede verla de frente, tan solo está a unos sesenta metros de distancia por lo que siente alivio de poder llegar a sus puerta, sin embargo, empieza a tener una sensación extraña que lo hace recordar a aquel sueño que la noche anterior había tenido, sentía como su cuerpo ponía resistencia en cada paso, lo que lo obligó a acelerarlo. Apresuradamente corre hacia la iglesia esperando poder llegar antes de que todo a su alrededor se nublara, tenía el presentimiento de ser fijamente observado a la vez que el viento actuaba como cadenas abrazando su torso y extremidades queriendo sostener su cuerpo impidiéndole avanzar más.

Con el mayor esfuerzo posible navega entre las fuerzas que osan frenarlo y logra llegar a las puertas de la iglesia, cansado como si hubiese corrido un maratón de un kilómetro de distancia sin parar. La boca de James se tornó seca agrietando sus labios y su visión se le dificultaba al mismo tiempo que escuchaba que alguien le llamaba… No hizo caso alguno, abrió las puertas de la iglesia y se adentró en ella, para darse cuenta que estaba casi en su totalidad vacía. A excepción de algunas personas con aspecto de monjes que arreglaban las bancas del público, velas y cortinas del sitio.

 

 — ¡Necesito ayuda!.— Reclamó en voz alta mientras su cuerpo se volvía débil. 

 Alguien vino sosteniendo su brazo y ayudándolo a apoyarse en un estante para sentarse en una de las bancas. 

 — ¿Que te ha pasado?. — Pregunta a James tratando de ver su rostro. 

 — ¿Es otro pecador ebrio?. — Pregunta otro de los monjes. 

 — ¡No! Necesito ayuda, por favor. — Responde James al monje soltando una lágrima. 

 — Tiene los ojos hundidos y negra la piel sus alrededores, como si llevase sin dormir un muy largo rato. 

 — De seguro ha bebido toda la noche por alguna pena y quiere venir a molestar. 

 — Puedo percibir un ligero olor a licor, quizás es eso. 

 — ¡Por favor!, Deme un poco de agua, necesito que me ayuden. 

 — Posiblemente es un adicto con una sobredosis… Es un hombre sucio que no debe estar aquí. 

 — ¿Por qué me juzga tanto en vez de ayudarme a levantar… Acaso no es eso lo que Dios castiga?. 

 — Dinos que quieres y lárgate, ¡Este es un lugar sangrado!. 

 — Quiero hablar con el padre. 

 — Tú no tienes nada que hablar con él, mejor vete a los callejones que de seguro de allí es de dónde vienes. 

 — ¡Ayúdeme!. 

 — Por favor, Gary… Saca a ese hombre. 

 — Pero Freddy… De verdad creo que algo le pasa y necesita ayuda. 

 — ¿Tú también?. 

 — Solo digo que no pasa nada si el padre lo ve, él decidirá que hacer. 

 — Hazlo, llévalo con él pero yo no tengo nada que ver con esto. Si ocasionas un problema, únicamente será TU problema, ¿Entiendes?. — Recalca el monje Freddy mostrando desprecio antes de irse. 

 — Gracias, gracias… 

 — Vamos hombre, levántate. Espero que Freddy no tenga razón… Todos merecemos una oportunidad. 

 — Tranquilo, amigo. De verdad necesito hablar con el padre de esta iglesia. 

 — Ok.— El monje lo lleva a la habitación donde se encuentra el padre leyendo un libro. 

 — ¡Padre, necesito que me ayude!. — El monje llama en voz alta tocando a la puerta. 

 — ¿Está allí, Padre?. 

 — ¡Un segundo, estoy yendo!. 

 — Calma, por favor no hagas un espectáculo que me cueste mi trabajo. 

 — De corazón se lo agradezco. — Toca el hombro del monje para tratar de sostenerse sin ayuda. 

 — Vaya, ¿Quien es?. — Pregunta el Padre luego de abrir la puerta. 

 — Padre, alguien que vino necesitando hablar con usted… — 

 — Ok, ok… Venga pase. 

 — Ya sabes, amigo. — Se despide el monje hacia James dejándolo solo con el Padre. 

 — Dime, tienes un mal aspecto en la cara ¿Que te pasó?. 

 — No lo sé, sentí que el mundo se volvía oscuro y a la vez se encogía para atraparme. 

 — Oh… Es lo que muchos jóvenes como tú dicen frecuentemente. 

 — No… Es diferente, es como si alguien estuviese detrás moviendo los hilos causando estás cosas. 

 — Lo lamento, pero aquí en la iglesia no nos ligamos a la psicología o a esos acertijos mentales. 

 — Esto es real, Padre. Últimamente he sufrido cosas que solo tengo como explicación las fuerzas malignas que no vemos, como lo hacen los demonios. 

 — Y.. ¿Desde cuándo exactamente te suceden estás "cosas"?.  

 — Desde hace un par de semanas… 

 — ¿Algún evento importante o extraño?. 

 — Justo desde la muerte de mi padre… Esa noche fue atacado por un par de asesinos y creo que tengo algo que a ellos les pertenece. 

 — ¿De que se trata?. 

 — Le mostraré, Padre. Está aquí en mi bolso. — La cara de asombro del Padre no era cualquier cosa, ver la máscara era como ver al mismísimo demonio a los ojos, y esto se tradujo en una clara reacción de ansiedad. 

 — Lo entiendo, a varias personas que se la he mostrado reacciona de forma similar. He escuchado rumores y cosas extrañas sobre ella de esas mismas personas. 

 — Hijo, no son rumores… Lo que tienes aquí es realmente una herramienta para los demonios. 

 — Entonces, Padre. ¿Si sabe que es?. 

 — Chico… Todo Padre suficientemente experimentado con la iglesia sabe sobre estos objetos. 

 — ¿Que es lo que debo saber yo?. 

 — Sígueme… Tenemos que encontrarnos con los sacerdotes para que nos protejan, luego de eso podemos hablar. 

 — Si, entiendo pues vamos. — Instantáneamente la respuesta de James es seguir adentrandose a los misterios que rodeaba la máscara, acompañó al Padre a un apartado de la iglesia bajando unas escaleras dónde parecía tener lugar una biblioteca de viejos libros. 

 — Vaya, deben tener cientos de años estos libros. — James asombrado de la cantidad de libros que rodeaban el centro de una inusual mesa. 

 — La verdad es que si… Muchos de estos libros fueron escritos antes incluso de existir esta iglesia. 

 — ¿Dónde están los sacerdotes?. 

 — Ya vienen, no tardarán. 

 James examina los objetos presentes y costados de los libros que allí estaban a la vez que intenta mantenerse estable y de pie. Aún sufría un poco la desorientación y migraña que minutos atrás estalló en su cabeza cuando estaba entrando a la iglesia. 

 — Padre, que gusto verlo. — Luego de pasados unos 10 minutos es la voz de un sacerdote que junto a un par más llegan al lugar. 

 — Bien, están aquí. 

 — ¿De verdad es grave la situación?. — Pregunta el sacerdote mirando a James con cara de duda. 

 — Por los síntomas que presenta y la historia que me ha contado… Puedo deducir que se trata de algo interesante. 

 — Acércate, chico.— Pide el sacerdote a James para mirar de cerca su rostro. 

 — Creo que dice la verdad, sacerdote. 

 — Vaya, esto te hace parecer un zombie, chico. 

 — Me empezó cuando venía a la iglesia, caminando sentía que me halaban hacían atrás y tuve que correr para llegar aquí. 

 — Muéstrale la máscara.  

 — Aquí está, señor… Desde que la tengo me he sentido así. — Subraya James colocando la máscara en la mesa. 

 En ese momento las luces se atenuaron por un instante y el humo del incienso en la habitación ya no desaparecía en el aire si no que comenzó a caer al suelo creando una alfombra de humo… 

 — ¡Rápido! Deme mi manuscrito. — Exigió el sacerdote señalando dónde estaba. 

 — ¡Padre! La puerta está cerrada, no puedo abrirla. — Gritó desde las escalera uno de los sacerdotes mientras la habitación se inundaba en humo. 

 — ¡El incienso no se mueve, ni si quiera puedo apagarlo! .— Gritaba desde el otro lado de la habitación el segundo sacerdote desesperado intentando romper o apagar el incienso que se había vuelto inamovible, ni si quiera el agua podía desaparecer la pequeña chispa que consumía el incienso… 

 — ¡Dame eso!. — Arrebató de las manos de James el manuscrito. 

 — ¡Deleim aseratos, uhela proticia sarene cuverel fiteci!. 

 — ¿Que es lo que está diciendo?. — Ante todo lo que sucedía James se asombra. 

 — ¡Jakane parasi, exla rumere danuvus!. — Recitó el sacerdote. 

 Con cada palabra el fenómeno que atacaba la habitación se hacía más notable, era como si un terremoto estremeciera la tierra junto con un huracán… Segundos después del sacerdote haber recitado sus palabras, todo se detuvo y cada cosa quedó como si nada hubiese ocurrido. Los libros y velas estaban intactos, las luces iluminaban con normalidad y ni si quiera algo estaba un centímetro fuera de lugar. 

 — ¿Alguien puede explicarme qué es lo que dijo?. — James asustado exigía respuestas. 

 — Chico, escúchame. Ya que estás involucrado tendremos que confiar en ti. Hay muchas lenguas antiguas y religiosas que el mundo moderno aún ni si quiera tiene la más mínima idea de que existen, esta que acabas de escuchar es una de ellas… Pertenece a los Astralos, personas que adoraban a la Diosa de las estrellas y la Luna. Por cierto, su poder se basaba en la inmortalidad tomando como fuente la luz lunar, aparentemente alguien con mucha avaricia quiso más e hizo enojar a esta Diosa que puede llegar a ser muy despiadada lo que provocó que se desviaran los propósitos. — Respondió el sacerdote esperando calmar la situación aunque la verdad no fuese muy tranquilizante. 

 — Chico, la gente está acostumbrada a solo hablar de Dios y del Diablo, al igual que algunos otros, pero… Las verdad es que el mundo es muy viejo, no imaginas cuantas personas han existido, cuántas ideas han defendido y cuántos Dioses obtuvieron su elevación. Quiero decir qué, hay mucho más oculto que lo que la gente sabe o ve a simple vista. — El Padre aclaró ante James. 

 — Esto que tienes aquí es muy peligroso y alguien de verdad lo quiere de vuelta. 

 — El chico dice que consiguió la máscara hace un par de semanas y que la tomó de un sujeto que estuvo en su casa. 

 — ¿Alguien la tenía puesta?. 

 — Si, sacerdote… 

 — No creí que aún existieran seguidores de Astralos. 

 — ¿Recuerdas por qué se fue el primer Padre de esta iglesia?.— Le recuerda el Padre al sacerdote. 

 — Se fué porque no creyeron en él. 

 — ¿Qué, de que hablan?.— Pregunto James que jamás imaginaria haber descubierto tanto. 

 — Hace un tiempo, el primer Padre de esta iglesia un hombre llamado "Darryl" afirmó haber sido testigo de un seguidor de Astralos que en un ritual consiguió ser elevado. Es decir, un sujeto completó una especie de conjuro y pasó a ser un hijo de Astralos, lo cuál lo hace obtener sus poderes. Pero, el último seguidor de Astralos que se confirmó, fue exiliado hace muchos siglos a una prisión en lo más profundo del océano, dónde no llega la luz y se debilitaría hasta quedar inactivo.  

 — Pero… ¿Aún está vivo, no? Me dices que se basaban en la inmortalidad. 

 — Así es, pero al no recibir luz lunar y ser tan débiles pierden absolutamente todas las demás características que rodean su poder. Es como si solo durmieran para siempre. 

 — ¿Y entonces como explica los sujetos de hace un par de semanas?. 

 — La única manera es que ese sujeto que Darryl afirmó haber visto, haya sido real… Pero, ¿Cómo logró elevarse en un ritual tan antiguo?. 

 — ¿A dónde se fue Darryl?. 

 — Nadie sabe, cuando un Padre pierde la credibilidad ya no le queda más nada. Así que solo se marchó, adentrandose en el bosque. 

 — ¿No lo buscaron?. 

 — Por supuesto, pero no hubo nada. Nunca se le vió más así que se le dió por muerto. Quizás cayó en el río, lo atacaron animales o algo así. Es lo más lógico que podemos pensar.  

 — Este pueblo tiene muchas historias. 

 — Joven, cada pueblo las tiene. Solo que la mayoría ni sé enteran. 

 — Entiendo, pero… ¿Que sigue ahora? 

 — No habíamos vivido algo así, sacerdote. 

 — Esto… Es solo la punta del iceberg. —

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