43| La leona.

Esther sintió mareo, todo el cuerpo le hormigueaba como entumecido. No podía creer que en su cuerpo pudiera caber una embriagadora sensación de rabia tan grande. Estaba segura que en ese mismo momento podría matarlos a los dos.

Las manos de Leonel seguían sobre las caderas de Leidy, afianzadas a su blanca piel, los gemidos de la joven se confundían con los tambores en sus oídos, causados por su acelerado corazón.

¿Cómo podía estar pasando eso?

Una realidad se cernió sobre ella, y era tan simple como poderosa. Esa rabia solo era la contraparte del amor que sentía por Leonel, si le dolía tanto su traición, era porque lo amaba con la misma intensidad del dolor.

Esther no supo cuanto tiempo se quedó perdida en esas cavilaciones, pero no podían ser más que unos diez segundos, diez en los que seguía viendo al amor de su vida cogerse a otra.

Tuvo el irremediable impulso de salir corriendo, de dejarlos y de abandonar todo, pero su alma de terca la mantuvo firme en el sitio.

— ¿Qué es es
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