Antonella se llena de impaciencia viendo como las horas parecen transcurrir a cuenta gotas. No puede creer que aquello pueda ser verdad. Necesita salir de esa duda cuanto antes o terminará volviéndose loca.
Justo cuando el reloj marca la hora de salida, toma su bolsa, cierra bien la puerta de su oficina y baja las escaleras, los empleados comienzan a salir, mientras el vigilante nocturno se ocupa de revisar que todo esté en orden.
Sale hasta la calle y se dispone a caminar hacia la parada, cuando oye la bocina de un coche detenerse a su lado. Antonella continĂşa caminando sin prestar atenciĂłn, hasta que repentinamente oye su nombre y reconoce aquella voz.
“Fabiano” piensa. Lo que menos necesita ella, en ese momento era sentir el acoso emocional de su ex. Sin embargo, ya comenzaba a oscurecer y luego de cinco años fuera de su paĂs, las calles no eran tan seguras como en su juventud.
—Ven, sube. —dice, abriendo la puerta.
La pelirrubia le sonrĂe, resignada a su destino. Entre li