POV de DIEGONunca imaginé que sería tan complicado mantener las distancias. Al principio, todo fue un acuerdo. Claro, había química, no lo voy a negar. Adriana tenía esa forma de mirar que desarma, de hablar como si cada palabra contara una historia. Pero yo había aprendido, a golpes y traiciones, que cuando mezclas sentimientos en un contrato, todo se desmorona.Y sin embargo, ahí estaba yo, a cientos de kilómetros de ella, encerrado en esta habitación de hotel, viendo su nombre en la pantalla del celular y deseando que me llamara. Que me dijera que me extrañaba. Que me exigiera saber la verdad.Pero Adriana no llamaba. No escribía. Y esa ausencia me quemaba.Me recosté sobre la cama, los brazos cruzados tras la cabeza. En el techo, la lámpara parpadeaba ligeramente. Podría haber llamado yo primero, pero me conocía: si escuchaba su voz ahora, iba a terminar confesando más de lo que debía. Y no podía darme ese lujo.Mi mundo no era sencillo. El negocio con ARKA Holdings había surgido
POV de DIEGOVolví a casa con el corazón latiendo más rápido de lo que quería admitir. Había pasado cinco días fuera, pero en mi mente, fueron eternos. Desde el primer día supe que debía regresar antes, pero el cierre del trato con ARKA Holdings requería cada gramo de concentración, y sinceramente, también estaba huyendo un poco. De ella. De lo que me hacía sentir. De lo que ya sabía pero no me atrevía a aceptar.Mi chofer me dejó frente al edificio. Eran casi las ocho de la noche, y la ciudad estaba cubierta por esa mezcla de luz cálida y sombras largas que hacen que todo parezca más lento, más íntimo. Subí al penthouse con pasos pesados. Tenía miedo. No del silencio, sino de encontrar una distancia nueva en sus ojos. Algo que me dijera que llegué tarde, incluso si volví a tiempo.Abrí la puerta con cuidado, como si al cruzar el umbral entrara a un campo minado.—Adriana… —llamé en voz baja.Ninguna respuesta.Dejé mi maleta junto al perchero y caminé hacia la sala. Todo estaba impec
POV de ADRIANADesde que Diego regresó de su viaje, algo en él había cambiado. Era más atento, más presente. Me miraba como si ya no necesitara esconder nada, como si hubiera encontrado algo dentro de sí mismo que lo obligaba a bajarse la máscara. Y aunque eso debería haberme hecho feliz… me asustaba.Aterraba, en realidad.Porque si lo que Diego empezaba a sentir por mí era real, entonces lo mío también tenía que serlo. Y no sabía si estaba lista para reconocerlo.—¿En qué piensas? —su voz ronca me sacó de mi burbuja.Estábamos en la cocina, él estaba preparando café mientras yo fingía leer un libro que había abierto hace veinte minutos pero del que no había pasado de la primera línea. Era sábado por la mañana, y el sol filtrado por las ventanas llenaba el ambiente con una luz tibia. Todo parecía perfecto… demasiado perfecto.—Nada importante —respondí con una sonrisa rápida—. Solo estoy distraída.Diego dejó la cafetera a un lado y caminó hacia mí. Se sentó frente a mí, observándome
POV de DIEGODesde hace unos días, Adriana estaba distinta.Y no hablo de esos cambios sutiles que uno solo nota cuando está atento. No. Hablo de silencios que antes no estaban, de miradas que evitan las mías, de una risa que ya no sale tan fácil. Algo en ella cambió desde aquella conversación en la cocina. Y aunque no me lo ha dicho con palabras, lo sé.Lo siento.Ella está levantando muros, otra vez. Muros que pensé que habíamos derribado juntos.Y me frustra. No porque me aleje, sino porque no quiero obligarla a acercarse.Yo no soy ese tipo de hombre. No con ella.Esta mañana me desperté solo. Adriana ya no duerme a mi lado. Dice que necesita tiempo. Que no sabe en qué punto estamos. Que se siente confundida. Pero yo sé que es más que eso.Tiene miedo.Miedo a que lo nuestro sea real. Miedo a que no lo sea.Me quedé acostado un rato más, observando el techo, pensando en cómo llegamos hasta aquí. Todo empezó como una farsa. Un contrato, un trato conveniente para los dos. Pero en al
POV de DIEGOCuando Adriana me dijo que sí, que asistiría al evento de gala conmigo, me tomó por sorpresa.No porque no lo deseara —de hecho, llevaba semanas imaginando cómo sería verla a mi lado, elegante, deslumbrante, con su mano en la mía frente a todos esos empresarios hipócritas— sino porque sabía que para ella era una especie de declaración silenciosa. Ella, que siempre se resistía a las etiquetas, que aún dudaba de lo que éramos, aceptar asistir como mi pareja no era solo una cortesía. Era una rendición parcial. Un primer paso.Y eso, en su lenguaje emocional lleno de cautela, significaba muchísimo.La esperé junto al auto, frente a la casa, revisando compulsivamente las horas en el reloj. Llevaba puesto un esmoquin negro con solapas de satén, impoluto, y una corbata gris oscuro que ella había elegido para mí hace semanas. Nunca la había usado, hasta hoy.Y entonces, la vi salir.Adriana descendía las escaleras con un vestido largo, color burdeos, ceñido en la cintura, con una
POV de AdrianaNunca imaginé que la costumbre fuera tan peligrosa.Porque eso era lo que comenzaba a sentir cada vez que Diego me miraba como si fuera algo frágil pero valioso al mismo tiempo. Me estaba acostumbrando a sus silencios cargados de palabras, a su forma de acercarse sin invadir, a cómo se reía cuando yo hacía comentarios sarcásticos a la mitad de la cena.Me estaba acostumbrando… a él.Y eso era un problema.Porque no podía permitirme confundir las cosas. Nuestra relación tenía una fecha de inicio, una cláusula de confidencialidad, y lo más importante: un final claro. Todo esto había comenzado como una estrategia. Un acuerdo. Un contrato. Uno que, según lo que ambos pactamos, no debía mezclar sentimientos.Pero aquí estaba yo, cuestionando mis propias reglas cada vez que Diego me sonreía al servirme café por las mañanas.Llevábamos más de tres meses compartiendo espacio, rutinas, incluso momentos de silencio que eran más cómodos de lo que jamás pensé. No vivíamos juntos —c
POV de DIEGOEn los negocios, las decisiones rápidas y precisas son mi fortaleza. En las relaciones… bueno, nunca me interesé lo suficiente como para llegar a ese punto. Siempre mantuve mis emociones fuera de la ecuación. Siempre supe cuándo alejarme antes de que algo se complicara.Hasta que llegó Adriana.Ella, con su mirada desafiante y su sonrisa que aparece solo cuando baja la guardia. Ella, que aceptó este contrato conmigo como quien acepta entrar a una guerra fría, con límites claros y reglas firmes. Ella, que sin darse cuenta, está desmoronando mi estructura, poco a poco.He pasado los últimos días preguntándome en qué momento empezó todo esto. En qué instante dejé de verla como “la mujer que me ayudará a limpiar mi imagen pública” para comenzar a verla como… algo más.¿Fue la vez que la vi quedarse dormida en el sofá, con un libro sobre el pecho y el ceño ligeramente fruncido, como si hasta en sueños estuviera peleando con el mundo?¿O fue cuando me defendió frente a sus amig
POV de AdrianaAl principio, todo parecía simple: sonrisas ensayadas para la prensa, cenas fingidas frente a cámaras, algunas palabras dulces en público. Era casi divertido, una actuación. Algo que podía manejar.Pero ahora… ahora todo se siente demasiado real.Sobre todo cuando estoy sentada en el comedor de la casa de su madre, rodeada por personas que no me quieren aquí.—¿Y dices que trabajas en marketing? —pregunta la madre de Diego, con un tono perfectamente disfrazado de cortesía—. ¿Dónde estudiaste exactamente?Levanto mi copa con una sonrisa que duele.—En la Universidad Autónoma. Hice también una especialización en digital branding.—Ah, no sabía que esa universidad tenía buena reputación en eso —responde, mirando de reojo a su hija menor, Camila, que contiene una risa.Siento la punzada en el pecho, pero no dejo que lo vean. No puedo. Me niego.Diego, sentado a mi lado, intenta desviar la conversación.—Mamá, Adriana ha trabajado con varias empresas grandes últimamente. Su