Mi corazón martilleaba con fuerza mientras me abría paso entre las calles oscuras. Lo que Pedro había dicho aún resonaba en mi cabeza. Alguien más grande detrás de Montoya.
Eso significaba que todo lo que habíamos visto hasta ahora era solo la superficie. Montoya no era la cabeza de la serpiente. Había alguien más, alguien con más poder, con más recursos… con un plan más grande.
Tomé un taxi de regreso a la casa. No podía perder tiempo. Diego tenía que saberlo.
Cuando llegué, los guardias en la entrada me dieron una mirada rápida antes de abrir las puertas. Crucé el vestíbulo con pasos rápidos, ignorando la tensión en el ambiente. Algo había cambiado.
Cuando entré a la oficina de Diego, lo encontré inclinado sobre su escritorio, revisando documentos con el ceño fruncido.
—Necesitamos hablar —solté sin preámbulos.
Él levantó la vista. Sus ojos oscuros se posaron en mí con intensidad.
—Dime.
Cerré la puerta detrás de mí y avancé hasta quedar frente a su escritorio.
—Montoya no está solo