POV de DiegoLa distancia entre Adriana y yo dejó de ser una sensación para convertirse en una realidad palpable.Antes, nuestras noches eran largas conversaciones, sus ojos brillaban cuando hablaba de sus planes, de lo que podíamos hacer juntos. Ahora, las palabras se habían convertido en susurros ahogados, en miradas furtivas cargadas de significado pero vacías de expresión.Los silencios en la mesa eran peores que cualquier grito. Ella comía en silencio, su tenedor arrastrándose por el plato sin interés. Yo la miraba de reojo, esperando que me hablara como antes. Pero no lo hacía.Y eso me quemaba por dentro.Una noche, después de otro día donde apenas cruzamos un par de frases necesarias, cerré la puerta del estudio con fuerza y la enfrenté.—¿Vas a seguir con esta mierda de ignorarme?Adriana, que estaba sentada en el sofá con un libro que ni siquiera estaba leyendo, levantó la vista lentamente.—No te estoy ignorando.—Entonces, ¿qué demonios pasa contigo?Ella cerró el libro co
POV de DiegoSus palabras seguían rebotando en mi cabeza."Tal vez me equivoqué contigo."Me pasé una mano por el rostro, tratando de disipar la sensación sofocante en mi pecho, pero no sirvió de nada. Maldita sea. Nada servía.Adriana pensaba que yo disfrutaba de la violencia.¿Era cierto?No.O tal vez sí.Lo que era cierto es que había aprendido a verla como una herramienta, como un mecanismo de control. Y en este mundo de traiciones y sangre, la única forma de sobrevivir era ser más peligroso que el enemigo.Pero Adriana nunca lo entendería.Ella quería que todo se resolviera con palabras, con diplomacia, con… esperanza.Yo no tenía ese lujo.Golpeé la mesa con el puño, dejando salir parte de la rabia contenida en mi interior. No podía soportar la idea de que ella me viera como un monstruo.Porque la verdad era que si había alguien en este mundo por quien estaría dispuesto a cambiar, era por ella.Pero no sabía cómo.Pasaron minutos, tal vez horas, antes de que saliera del estudio
POV de DiegoLa sangre sabe a metal en el aire. Es una fragancia densa, mezclada con el polvo y el sudor que impregna el sótano donde Luis está arrodillado frente a mí. Su rostro está hinchado por los golpes, pero sus ojos aún conservan ese brillo desafiante. Como si realmente creyera que aún tenía el derecho de justificar su traición.Lo miro, sin parpadear, sin mostrar la tormenta que revienta dentro de mí.—Dímelo otra vez —digo, mi voz es baja, peligrosa.Luis escupe al suelo. Su saliva es roja.—No fue traición, Diego. Fue protección.Me río, pero el sonido no tiene humor. Camino lentamente a su alrededor, sintiendo el peso de la Glock en mi mano. El frío del metal contra mi piel es reconfortante, un recordatorio de que en este mundo, el poder lo sostiene aquel que está dispuesto a hacer lo que otros no pueden.—¿Protección? —repito, inclinándome hasta quedar a su nivel. Su aliento apesta a miedo, aunque intenta ocultarlo—. ¿De quién carajo crees que me estabas protegiendo?Luis
POV de AdrianaEl disparo todavía resuena en mis oídos.Mi respiración es errática, mi corazón late tan fuerte que siento que me va a estallar en el pecho. Quiero moverme, quiero hacer algo, pero mis pies están clavados en el suelo como si el peso de la realidad me hubiera encadenado al piso.Luis está en el suelo, su cuerpo sin vida en un charco de sangre que se extiende como una sombra oscura.Diego no titubeó.No hubo duda en su mirada. Ni una chispa de arrepentimiento en sus ojos cuando apretó el gatillo.Y eso me aterra más que la muerte misma.Me doy cuenta de que estoy temblando. No sé si es miedo, rabia o simplemente la devastadora certeza de que el hombre al que amo es capaz de algo así sin pestañear.No me mira.Simplemente deja caer el arma, su espalda rígida, y se aleja sin una palabra.—Diego… —susurro, pero él no se detiene.No sé si quiero que lo haga.Mis rodillas ceden y caigo junto al cuerpo de Luis. Mi estómago se revuelve, pero no es por la sangre o la muerte. Es p
POV de DiegoDebería haberlo visto venir. Debería haber sabido que intentaría escapar, liberarse del caos que envolví a su alrededor como un lazo corredizo. Pero por mucho que intentara huir de mí, sabía que nunca podría escapar de la verdad: estábamos unidos de una manera que ninguno de los dos podía romper.Un golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos.—Jefe —la voz de Javier se escuchó del otro lado—. Tenemos noticias.Exhalé con fuerza y le hice un gesto para que entrara. Dio un paso al interior con una expresión cuidadosamente controlada, pero lo conocía demasiado bien. Había algo en su mirada, algo que dudaba en decirme.—Habla —ordené.Dudó solo un segundo.—Adriana está con Santiago.Las palabras me golpearon como una cuchilla en el estómago, afiladas e implacables. Apreté los puños, hundiendo las uñas en mis palmas. Era una cosa que me traicionara. Era otra que corriera hacia el único hombre al que más despreciaba.Reí con amargura, negando con la cabeza.—Nunca aprende,
POV de DiegoAdriana se quedó inmóvil, su respiración entrecortada mientras mis palabras se asentaban entre nosotros como un arma cargada. Siempre había sido orgullosa, siempre desafiante, pero esta noche había algo más en sus ojos…Miedo.No de mí. No realmente. Sino de ella misma. Del peso de la verdad que había intentado negar durante tanto tiempo.Exhalé despacio, aferrándome al volante. La noche se extendía a nuestro alrededor, impregnada del aroma de la lluvia y la pólvora. La había recuperado, pero algo me decía que esta guerra entre nosotros estaba lejos de terminar.—Vamos adentro —dije, mi voz más tranquila ahora, pero no menos firme.Dudó por un instante, sus dedos temblando sobre su regazo, antes de asentir finalmente. Salí del coche primero y rodeé para abrir su puerta. Me miró con una expresión cautelosa, pero no protestó cuando le tendí la mano.Dentro de la hacienda, el aire pesaba con un silencio cargado de tensión. Mis hombres se mantenían en el pasillo, sus miradas
El aire en mi oficina era denso, cargado de humo de cigarro y la fragancia a cuero viejo de los muebles. Con Luis muerto y su traición enterrada bajo metros de tierra, mi prioridad era reforzar mi poder antes de que otro intento de traición surgiera. No había espacio para débiles ni para dudas. Solo los fuertes sobrevivían en este mundo, y yo no tenía intención de caer.Por eso, cuando recibí la propuesta de reunión con Héctor Montoya, supe que era una oportunidad que no podía dejar pasar. Montoya no era cualquier empresario. Su nombre pesaba tanto como el mío en los círculos de poder, y su reputación de hombre despiadado lo precedía. Un acuerdo con él podía fortalecer mi imperio, o también significar una trampa mortal.Adriana, sin embargo, no compartía mi visión. Desde el momento en que mencioné su nombre, su expresión se endureció.—Ese hombre es peligroso, Diego —advirtió, con los brazos cruzados y la mirada afilada. —No te fíes de él.Solté una leve risa, apoyándome en mi escrito
POV de DiegoLa noche era sofocante, cargada de una tensión que se arrastraba entre las sombras. La ciudad nunca dormía, pero yo podía escuchar el silencio que acechaba entre las luces parpadeantes de los edificios. Mientras manejaba por las calles desiertas, mis pensamientos estaban enredados en una sola cosa: Montoya.Desde nuestra reunión, algo en él no me cuadraba. Era astuto, demasiado calculador, y yo sabía que los hombres como él nunca ofrecían su mano sin tener un cuchillo escondido en la otra. Pero mientras yo manejaba las amenazas externas, Adriana se había encargado de otra batalla, una que yo ni siquiera sabía que existía.Cuando llegué a la casa, la encontré en su despacho, su rostro tenso mientras pasaba las páginas de un archivo. No alzó la vista cuando entré, pero su cuerpo se puso rígido. Algo iba mal.—Dime lo que está pasando —ordené, cruzando los brazos.Adriana exhaló y cerró el archivo con un golpe seco. Cuando levantó la mirada hacia mí, había algo en sus ojos q