POV de Diego
La habitación estaba sumida en un silencio que, en otro contexto, habría sido reconfortante. Pero esta vez, el silencio era una cuerda invisible que se tensaba entre Adriana y yo, lista para romperse en cualquier momento. Ella estaba sentada al otro lado de la mesa, con los brazos cruzados, su mirada fija en la pared como si quisiera evitar que nuestras miradas se encontraran. Y yo, en un intento por contener mi frustración, apretaba los puños con tanta fuerza que sentía las uñas clavarse en mis palmas.
Había algo entre ella y Robert, algo que se deslizaba entre las sombras de sus conversaciones. Podía verlo en la forma en que sus miradas se buscaban, en los murmullos que compartían cuando creían que yo no estaba prestando atención. Y, sin embargo, lo que más me enfurecía no era la posibilidad de que me estuviera traicionando. No, lo que me volvía loco era que, a pesar de todo, seguía deseándola, como si el veneno de esa conexión que teníamos fuera imposible de arrancar d