Parte 4...
¡Dios mío, mi corazón está en mi garganta! No sé qué hacer, pero tampoco sé si quiero que este momento de complicidad termine.
— Tú... No eres tan malo como pensé. Lo siento por haber pensado así.
— Está bien... Yo también pensaba que eras tonta y torpe - abrí los ojos sorprendida y él sonrió —. No pongas esa cara... No tenía ni idea de cómo eras en realidad. Y, siendo honesto, derribaste muchas cosas en la oficina y hasta rompiste la jarra de agua de coco.
— No fue mi culpa - señalé con el dedo —. Fue una de tus amantes que salió de tu oficina tan enfurecida que literalmente me atropelló en el camino y me arrojó sobre la mesita. Todo se cayó y yo no tengo diez manos. Solo pude agarrar dos vasos.
Él apretó los labios y luego empezó a reír. Lo seguí riendo.
— Creo que nos volvimos un poco melancólicos, ¿verdad? - miró hacia un lado —. Y la culpa fue de tu bolsa vieja y aburrida. La tiraré hoy mismo.
— No, señor... - protesté —. Es mía.
— Te compraré otra nueva. Más b