Esa noche, Theo fue a un bar con su última acompañante. Él siempre era cuidadoso cuando salía con esas mujeres. Todas solo querían diversión, sin pensar en compromiso, y así seguiría para siempre, hasta que encontrara a la persona indicada, o a alguien con quien realmente quisiera comprometerse.
—¿Pasa algo hoy, Theo? Te ves estresado —preguntó la hermosa mujer a su lado, notando que él no estaba tan coqueto como de costumbre.
—Solo tengo algo en mente, Mila. No te preocupes por eso.
—¿Cómo no voy a preocuparme? Salí contigo porque quiero que te sientas bien, no quedarme aquí viendo tu ceño fruncido así. ¿Podrías decirme, chico guapo?
Mila lo miró dulcemente, con ojos suplicantes, esperando que su encanto femenino lo sacara del bar hacia algún lugar cercano. No quería que él bebiera tanto que no pudiera satisfacerla debidamente.
—Mila, si quieres irte a casa temprano, puedes hacerlo. Yo puedo quedarme aquí solo —dijo él.
Pero sus palabras hicieron que la expresión de Mila se derr