La proverbial sonrisa de Artos vaciló al darse cuenta que Milo estaba herido, y al parecer eso le resultó motivo suficiente para justificar mi ánimo, lo cual agregó una línea más a la lista de cosas que me hacían sentir culpable.
Para no tener que contar lo sucedido dos veces, nos entretuvimos hablando de cuestiones prácticas e inmediatas sobre la semana de marcha que teníamos por delante. Eamon llegó dos horas después, y apenas se sentaba a la mesa con su Beta y su Gamma cuando madre me llamó.
—Necesito hablar con tus tíos antes que partan —dijo—. Y contigo, claro. ¿Puedo invitarlos a desayunar?
Su invitación no tenía nada de extraño en esas circunstancias, y me dirigí con Artos, Eamon y Milo a los aposentos de madre, mientras los demás permanecían en el comedor principal.
Mis tíos abrazaron