Su voz grave, en la quietud de la noche, transmitía una sensación reconfortante y cautivadora.
Asentí: —Está bien.
...
De vuelta en la habitación, Sofía me vio y murmuró: —Siempre hace lo mismo.
—Insiste en venir a hablar conmigo cuando estoy por dormir.
—Y cuando no le respondo, me insulta, me dice que soy una mudita...
Sofía se ponía cada vez más triste: —También dice que soy una carga, que si no fuera por mí, papá ya se habría casado.
Las lágrimas le caían en gruesas gotas.
Le sequé suavemente las lágrimas: —Si papá no se ha casado es simplemente porque no quiere.
Sofía me miró fijamente: —¿En serio?
—Por supuesto —sonreí para tranquilizarla— Cuando encuentre a alguien que le guste, será el primero en querer casarse.
—Así que no es culpa de Sofía, ¿entiendes?
Sofía asintió.
Retomé el libro y seguí leyéndole.
Tal vez porque el cuento era muy bonito, o quizás porque por fin se había quitado ese peso de encima. Esta noche se durmió con una sonrisa en los labios.
La miré y susurré: —Sof