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Entre caricias y chocolates
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—Sí, tienes toda la razón —jugueteó con las manos por el nerviosismo—. Hay una oportunidad para mí, que a muchas personas les gustaría tener.
Santino aguardaba silencio, no quería interrumpirla. Necesitaba que se expresara, su corazón le pedía a gritos que lo escogiera.
—Antes de venir a casa, mi jefe me hizo una propuesta —Gia se aclaró la garganta, y lo miró de manera nerviosa—. Porque él va a abandonar el puesto, y quería que yo fuese su reemplazo.
—Está bien, comprendo —él se pasó la mano por la cabeza, síntoma de la exasperación—. En realidad, es una buena noticia, y me alegro por eso.
Sus palabras no eran vacías, además de sentir alegría por ella, sentía orgullo. Entendía perfectamente la situación.
—Santino… —dijo su nombre, relamiéndose los labios y poniendo las dos manos sobre la suya, apretándolo—. Trabajé muy duro para lograr llegar a donde estoy —negó con la cabeza—. Ser como tú dices, la niña de una