Punto de vista de Luis
Me incorporé y me pasé la mano por la cara para luego volver a inclinarme hacia adelante. Estaba incómodo, pero tenía que quedarme quieto.
"¡Uf!", gemí, mordiéndome la comisura de los labios.
Estuve sentado en el coche más tiempo del que pretendía. El motor en marcha, el aire acondicionado zumbando y la mano agarrando el volante con tanta fuerza que se me pusieron blancos los nudillos.
Durante los últimos diez minutos, más o menos, me repetí a mí mismo que no lo estaba esperando. Que no tenía por qué importarme lo que hacía Mateo, ni dónde estaba, ni con quién estaba.
Pero los minutos se me hacían eternos, y cada tictac del reloj del salpicadero me ponía los nervios de punta.
Tardaba demasiado, demasiado para alguien que había ido a recoger algo a su habitación.
Apretando la mandíbula, me recosté en el asiento, con la mandíbula apretada, mirando a la nada a través del parabrisas.
Para mantenerme ocupada, empecé a repasar mentalmente la confrontación anterior un