Punto de vista de Julio
Estaba acurrucado en el sofá de la sala, intentando sumergirme en las páginas de un libro, cuando el suave ruido de unos pasos en el piso de arriba me llamó la atención.
Al principio, pensé que sería Amada, que volvía de sus recados matutinos, pero el ritmo era diferente.
Era más pesado, mesurado, pero con un peso que hacía crujir las tablas del suelo bajo cada escalón.
Dejé el libro y miré hacia la escalera, solo para ver a Mateo subiendo.
Se movía con su habitual precisión deliberada, pero había algo extraño en él hoy.
Sus hombros, siempre tan rígidos, estaban ligeramente hundidos, y su mirada era distante, casi vacía.
Había una tristeza en él, de esas que te hacían querer extender la mano, incluso cuando no dejaba entrar a nadie.
Era como ver a alguien ahogándose lentamente, atrapado entre la lucha y la rendición.
"¿Mateo?", llamé en voz baja, con voz vacilante. No quería asustarlo, pero el nudo en el pecho no me dejaba quedarme quieta.
Ni siquiera me miró.