Capítulo 3: Ecos de un Corazón Antiguo

La luz del mediodía había cedido su lugar a las sombras que se cernían en la tumba, envolviendo a Alejandro, Amira y la enigmática figura de Amara en un velo de misterio. Mientras Amara se levantaba del sarcófago, una sensación de poder antiguo llenaba el aire, una energía que parecía resonar con las piedras mismas de la tumba.

Alejandro no entendía nada. ¿Cómo había sido tan fácil hacer que volviera a la vida?, porque realmente solo sucedió al leer ese pergamino y sus símbolos. Eso quería decir que cualquiera que hubiera encontrado esa tumba antes, lo habría podido hacer. Quizás era algo planeado desde hace mucho, alguien le hizo el favor a Amara y le otorgó la facilidad de que volviera a la vida, aunque tuvieran que pasar miles de años, pero eso no quería decir que la maldición estuviera deshecha.

Alejandro, aun sosteniendo la estatuilla de Anubis, sentía una mezcla de temor y fascinación. Amara, ahora liberada, parecía más viva que nunca, su presencia imponiendo un aura de majestuosidad y peligro.

—Mi historia, —comenzó Amara con voz firme, —es una que ha sido silenciada por el poder y la traición. Pero ahora que has liberado la llave, la verdad saldrá a la luz.

Antes de que pudiera continuar, un estruendo sordo resonó a través de la tumba. Polvo y pequeñas piedras cayeron del techo, y una voz desconocida y autoritaria se hizo escuchar desde la entrada.

—¡No se muevan!, —gritó la voz. Un grupo de hombres entró en la cámara, liderados por un individuo cuya presencia emanaba una confianza fría y calculadora. Vestido con ropa de explorador moderna y portando una pistola, se presentó como Dr. Karl Heinz, un arqueólogo alemán de renombre, pero con una reputación de métodos poco éticos y una obsesión por los artefactos egipcios.

—No esperaba encontrar una reunión aquí, —dijo Heinz con una sonrisa sarcástica, su mirada fija en la estatuilla de Anubis en manos de Alejandro.  —Parece que han encontrado algo que yo he estado buscando durante años.

Alejandro y Amira intercambiaron miradas de preocupación. La situación había tomado un giro peligroso, y la presencia de Heinz solo añadía más incertidumbre al ya misterioso puzle de Amara.

—¿Qué quieres, Heinz?, —preguntó Alejandro, intentando ocultar su nerviosismo.

—Lo mismo que tú, Rivera, —respondió Heinz con frialdad. —Poder. El poder que esta momia y su maldición pueden otorgar. Y ahora que tienes la llave, serás útil para mí.

Amara observaba la escena con una calma perturbadora. —No conoces el poder con el que juegas, Heinz, —advirtió con voz grave. —Esta maldición es más antigua y peligrosa de lo que imaginas.

Heinz rio con desdén. —No me asustan los cuentos de viejas, princesa momificada. Lo que me interesa es el valor de lo que tienes.

El ambiente en la tumba se tensó. Alejandro sabía que debía actuar con cautela. Cualquier movimiento en falso podría ponerlos a todos en peligro. —Heinz, no sabes lo que estás haciendo. Esta maldición…, comenzó Alejandro, pero fue interrumpido por Amira.

—¡Cuidado!, —gritó Amira, señalando detrás de Heinz. Una sombra se movía en la penumbra, rápida y silenciosa. En un abrir y cerrar de ojos, la sombra atacó, desarmando a Heinz y sus hombres con una eficiencia mortal.

En medio del caos, Alejandro tomó a Amira de la mano y corrió hacia una salida alternativa que habían descubierto antes. Mientras corrían, escucharon a Amara hablar desde la tumba, su voz resonando con una fuerza sobrenatural.

—¡Encuentren la verdad!, gritó Amara. —¡La maldición debe ser rota!

Alejandro y Amira escapando por los angostos pasillos de la tumba, el sonido de la lucha y la voz de Amara resonando detrás de ellos. Con la estatuilla de Anubis en su posesión y el peligroso Dr. Heinz en su búsqueda, Alejandro se da cuenta de que la clave para desentrañar el misterio de Amara y su maldición se encuentra no solo en el pasado, sino también en el peligroso juego de poder del presente. La historia de Amara se entrelaza con la suya propia, llevándolos a ambos a un destino incierto y peligroso.

Alejandro y Amira, con la respiración agitada, emergieron finalmente a la luz del día, escapando del laberinto de pasillos y sombras de la tumba. El sol del desierto les golpeó con una intensidad implacable, pero la urgencia de su situación les permitió poco tiempo para descansar. Con la estatuilla de Anubis firmemente en manos de Alejandro, sabían que no solo tenían que descifrar el misterio de Amara, sino también eludir la peligrosa persecución de Karl Heinz.

Mientras se alejaban del sitio, Alejandro no podía dejar de pensar en Amara. Su figura, tanto en vida como en muerte, lo había cautivado de una manera que no podía explicar completamente. ¿Era esto lo que sentían los arqueólogos al descubrir un artefacto excepcional, o había algo más en su conexión con la princesa momificada?

Amira, notando la mirada distante de Alejandro, tocó su hombro suavemente. —¿Estás bien?, —preguntó con preocupación.

—Sí, solo estoy pensando en todo lo que ha pasado, —respondió Alejandro, sacudiendo su cabeza como intentando despejarla de pensamientos confusos.

A medida que avanzaban, Alejandro compartió con Amira sus descubrimientos sobre la maldición de Amara y su intrigante historia. Amira escuchaba, atentamente, su escepticismo inicial, dando paso a una mezcla de fascinación y preocupación.

—¿Crees que realmente estás… enamorado de una momia?, —preguntó Amira en un tono medio en broma, medio serio.

Alejandro se detuvo, sorprendido por la pregunta. —¡Claro que no!, —respingó. —Hay algo en Amara que me atrae, más allá de la mera curiosidad científica. Es como si su historia me llamara, como si tuviera que ayudarla no solo como arqueólogo, sino como… alguien más, pero es ilógico que digas eso.

Amira lo miró con una mezcla de empatía y duda. —Solo ten cuidado, Alejandro. Este tipo de cosas pueden ser más complicadas de lo que parecen. Nunca te había visto tan obsesionado por un descubrimiento.

—Porque nunca habíamos hecho este tipo de descubrimientos, siempre habían sido vasijas y momias sin chiste. Esto va más allá, en mi vida nunca había visto una momia levantarse. Y fíjate que no me asusté. Al contrario, sentí su presencia tan agradable.

—¿Ves?, es lo que te digo, estás enamorado de la momia. —bromeó y sonrió Amira.

Decidieron establecer un campamento temporal lejos de la tumba, donde podrían analizar la estatuilla y planificar su próximo movimiento. La estatuilla, con sus ojos brillantes y su aire de misterio, parecía ser la clave para desentrañar el enigma de Amara.

Mientras Alejandro examinaba la estatuilla bajo la luz del crepúsculo, un destello de luz azulada emanó de ella, proyectando imágenes etéreas en el aire. Eran escenas de la vida de Amara: su infancia en el palacio, su educación en los misterios de los dioses, su amor prohibido con un joven sacerdote, y finalmente, su traición y maldición.

Alejandro y Amira observaron, cautivados por las imágenes que parecían contar una historia de amor, poder y traición. Era una historia que resonaba con Alejandro de una manera que no podía explicar. ¿Era posible que la conexión que sentía con Amara trascendiera el tiempo y el espacio?

Alejandro contemplando las estrellas, pensativo. La historia de Amara había tocado algo en su interior, un eco de un sentimiento que no podía nombrar. Mientras tanto, en la distancia, los ojos de alguien los observaban desde las sombras, una figura que se movía con sigilo y determinación. Era evidente que Alejandro y Amira no estaban solos en su búsqueda, y que el peligro que representaba Karl Heinz era solo una parte de los desafíos que enfrentarían.

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