Sarah salió de su oficina como horda que llevaba el diablo.
Taty se le fue detrás, intentando alcanzar sus pasos.
—Sarah, espera...no vayas tan rápido. — murmuró mientras caminaba más deprisa.
— Déjame.
— No hagas una escena. El Sr. Piettro está aquí.
—Pues con más razón me va a escuchar. Ese hombre recién llega. Él no es quién para pedir una oficina.
—Sarah... — le pidió con tono casi a ruego su asistente.
—Esta vez no vas a detenerme.
—Es que no lo entiendes. Él fue quien le dio el permiso. — le informó ella casi temblando.
Taty estaba vestida con un traje simple de color negro: pantalon de pierna ancha y chaquea negra sumamente ajustada que destacaba sus pechos pequeños.
La mujer era bonita, de una forma sencilla, pero natural.
Había aprendido a confiar en ella y le molestaba que intentase detenerla.
—No vas a detenerme.
—No entiendes nada, Sarah. Si ese hombre...
—Steven. Steven Lucas. — hasta el nombre le hacía doler la cabeza.
Le daba náuseas.
Quizá la injusticia,