Kyong se había ido de allí riendo, Debido a la felicidad que sentía. Sin embargo, tenía un dolor insoportable en la entrepierna, y el pulso acelerado de puro deseo. Reconoció que de haber tenido ella sus dieciocho, se la hubiera llevado en ese mismo momento y, en el mismo auto, la habría hecho suya. La estaba deseando, cada día más. No sólo se trataba de sus planes de venganza, sino de su propia satisfacción personal. La había tratado de manera más profunda, y no conseguía aburrirse con ella, o de ella. Reconocía, no de buen talante, que lo había encantado y, en ocasiones, hasta lo había conmovido.
Ella tenía algo que la hacía única, algo que él no podía describir porque no lo conocía. Era cierto que era tímida, quizás por haber sido criada de forma tan sobreprotegida por su enfermedad, la cual ahora reconocía que era bastante delicada, ya que él sintió en carne propia lo que su familia debía sentir, cada vez que ella colapsaba, y aunque le costaba admitirlo, era cierto que tenía mied